A un ruiseñor

Con gemido tan doliente
rompes la nocturna calina,
cual si tuvieras un alma
que al par de la nuestra siente;
el griego mito no en vano
te fingió infeliz doncella,
pues en verdad tu querella
lamento parece humano.
Y, aunque tu idioma no entiendo,
harto conocer se deja
que es sentidísima queja
esa que estás repitiendo.
En estas tranquilas horas,
en las que yace la vida
en alto sueño sumida,
¿por qué solitario lloras?
¿De qué congoja importuna
tan sin cesar te querellas?
¿Qué desdicha a las estrellas
cuentas, y a la blanca luna?
¿De tu consorte fïel
te privó plomo encendido?
O ¿no hallaste, vuelto al nido,
tus dulces hijos en él?
¡Con tu queja lastimera
cuánto, cuánto me apiadas!
¡Quién tus prendas adoradas
volver g tu amor pudiera!
Mas, como yo de tu pena,
piedad de mi pena ten,
que la ausencia de mi bien
lloro, cual tú, Filomena.
Y, como a mi negro duelo
piedad no hallo entre los hombres,
de que venga no te asombres
a buscar en ti consuelo.
Dolorosa simpatía
une nuestras almas hoy,
y, aunque superior te soy,
quiero hacerte compañía.
Y, pues a ambos nos da Dios
los mismos males extremos,
acompañados lloremos,
oh Filomena, los dos.

(1861)

Collection: 
1855

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