A un niño

En el puro azul de cielo
de esos ojos que en mí fijas,
en las doradas sortijas
de tu finísimo pelo,
y de tu corpóreo velo
en las otras ricas galas,
hermoso niño, te igualas
con los ángeles de modo,
que para serlo del todo
solo te faltan las alas.
¡Cuan dulce descanso son;
de mis pensamientos graves
tus palabras que aun no sabes
decir con entero son;
tu infantil conversación,
tu preguntar inocente,
tu labio que nunca miente,
y la consonante fe
que a cuanto dicho te fue
concede fácil tu mente!
¡Goza, goza, rubio infante,
de tu ventura presente:
ríe, core, juega, aumente
tus contentos cada instante;
nunca de noche te espante
medroso duende, y tus sueños
de ángeles cual tú pequeños
te ofrezcan la grata imagen,
que a jugar contigo bajen
Cariñosos y risueños!
Pero ¿por qué de repente,
y cuando más me recrea
tu vista, importuna idea
viene a entristecer mi mente?
como tú, feliz, rïente,
era yo en aquellos años
al mal y al dolor extraños;
mas sueño los juzga ahora
mi alma que sin cuento llora
dolores y desengaños.
¿Con que te habrán de afligir
los que a mí me afligen hoy?
Temblando, al pensarlo, estoy,
niño, por tu porvenir.
Y ¿habrá de ser tu vivir
como mi vivir? ¡Ah! ¡no!
Y, si ya Dios decretó
días negarte serenos,
¡nunca te veas al menos
tan infeliz como yo!

(1855)

Collection: 
1855

More from Poet

  • Cuando doblen las campanas,
    no preguntes quien, murió:
    quien, de tus brazos distante,
    ¿quién puede ser sino yo?

    Harto tiempo, bellísima ingrata,
    sin deberte ni en sombra favores,
    padecí tus crüeles rigores
    y lloré como débil mujer;
    ya me rinde el...

  • I

    Iba la más oscura taciturna
    y triste Hora nocturna
    moviendo el tardo soñoliento vuelo
    por el dormido cielo,
    cuando, dejando mi alma
    en brazos del hermano de la Muerte
    a su cansado compañero inerte,
    libre de su cadena,
    voló a su patria...

  • ¡Oh ciudad silenciosa de los muertos!
    En ti se apaga el huracán humano,
    cual muere al pie de las tranquilos puertos
    el estruendo y furor del océano.
    Tú el sólo asilo de los hombres eres
    donde olviden del hado los rigores,
    sus ansias, sus dolores, sus placeres...

  • Áridos cerros que ni el musgo viste,
    cumbres que parecéis a la mirada
    altas olas de mar petrificada,
    ¡cuánto me halaga vuestro aspecto triste!

    ¡Cuánto descansa el ánimo angustiado
    en contemplaros, al fulgor sombrío
    de un cielo oscuro, nebuloso y frío,
    ...

  • No os asombréis tanto, no,
    si en la templanza que muestro
    tan otro de mí soy yo;
    un sueño ha sido el maestro
    que tal cambio me enseñó.
    Temo, fiel a su lección,
    que, cuando más la altivez
    levante mi corazón,
    me he de encontrar otra vez
    en mi...