Meterías al universo entero en tu calleja,
¡Mujer impura! El hastío torna tu alma cruel.
Para ejercitar tus dientes en este juego singular,
Necesitas cada día un corazón en el pesebre.
Tus ojos, iluminados cual tiendas
Y tejos llameantes en los festejos públicos,
Utilizan insolentemente un poder prestado,
Sin conocer jamás la ley de su belleza.
¡Máquina ciega y sorda, en crueldades fecunda!
Salutífero instrumento, bebedor de la sangre del mundo,
¿Cómo no tienes vergüenza y cómo no has visto,
Ante todos los espejos, palidecer tus atractivos?
La grandeza de este mal en que te crees sabia
¿No te ha hecho nunca retroceder de espanto,
Cuando la natura, grande en sus designios ocultos,
De ti se sirve, ¡oh mujer! ¡oh reina de los pecados!
—De ti, vil animal—, para amasar un genio?
¡Oh, fangosa grandeza! ¡sublime ignominia!