Cuando el soberbio bárbaro gallardo llamado Rodamonte porque rodó de un monte supo que le llevaba Mandricardo la bella Doralice, como Ariosto dice, a dieciséis de agosto (que fué muy puntüal el Ariosto), cuenta que dijo cosas tan extrañas, que movieran de un bronce las entrañas, prometiendo arrogante no ver toros jamás, ni jugar cañas, aunque se lo mandasen Agramante, Rugero y Sacrípante, ni comer a manteles, ni correr sin pretal de cascabeles, ni pagar ni escuchar a quien debiese, porque más el enojo encareciese, ni dar a censo, ni tomar mohatra, ni pintar con el áspid a Cleopatra. Y lo mismo decía cuando el rapto de Elena fementida el griego rey Atrida contra el pastor, para traiciones apto, que dió en el monte Ida en favor de Acidalia la sentencia; que hay muchas de la Vera de Plasencia. que vienen más tempranas si las hacen los ojos de juveniles bárbaros antojos; que aun no repara en canas esto que todos llaman apetito, y más donde no tienen por delito que la santa verdad corrompa el premio. Mas todo ese proemio quiere decir, en suma, aunque era campo de extender la pluma, lo que el valiente Micifuf, oyendo el suceso estupendo del robo de su esposa, Helena de las gatas, djo con voz furiosa, cando, galán venía a desposarse, tan imposible ya de remediarse. De las tremantes ratas fugitivo escuadrón, con pies ligeros, temeroso ocupó los agujeros, y arrojando la gorra, que fué de un minestril de Calahorra, hizo temblar la tierra, a fuego y sangre prometiendo guerra. Ferrato, ya perdida la esperanza, mesándose las barbas y cabellos blancos, que nunca blancos fueron bellos, culpaba su tardanza, porque las dilaciones pierden las ocasiones; porque en la calva tienen un copete, que sólo se le coge el que acomete; porque aguardar a que la espalda vuelva, es seguir un venado por la selva; que alcanzarle no fuera maravilla quien le fuera siguiendo por la villa. Micifuf la tardanza disculpaba con que lejos vivía el zapatero que esperando estaba (¡oh, cuántos males causa un zapatero!), y que, después, calzarle no podía, aunque los dientes remitiese al cuero, las botas justas, que, con calza larga, era la gala entonces; que, por fresco, dicen autores que mató el griguiesco, por quitar la opresión de tanta carga. ¡Oh, quién, para olvidar melancolías de las que no se acaban con los días, un gato entonces viera con bota y calza entera! Pero ¿dónde me llevan niñerías, que en Italia se llaman "bagatelas", ingiriendo novelas en tan funestos casos, más dignos de Marinos y de Tasos que de Helicona son solos y soles, que de mis versos rudos españoles? Lloraba Micifuf, lloraba fuego, que fuego lloran siempre los amantes, arrojando los guantes, a quien los cultos llaman "chirotecas" (¡oh, bien hayan Illescas y Vallecas!), sin admitir un punto de sosiego, como en París el moro, en Troya el griego. No suele de otra suerte pasearse quien tiene algún estraño desconcierto, sin que pueda apartarse del negocio que trata, pálido el rostro, de sudor cubierto, como ya por su honor, ya por su gata, inquieto Micifuf se condolía por dilatar de su venganza el día. En tanto, pues, que amigos y parientes consultaban el modo cómo acabar del todo agravios tan infames y insolentes, Marramaquiz estaba solicitando el pecho de Zapaquilda, de diamantes hecho, que en la dura prisión perlas lloraba, a guisa de la Aurora, que parece más bella cuando llora; que la mujer hermosa, cuando baña la rosa de las mejillas con el tierno llanto, aumenta la hermosura, si no da voces y en el llanto dura. Marramaquiz, en tanto, produciendo concetos, de su locura efetos, ya en prosa, ya en poesía, desvelado la noche y triste el día, se alambicaba el mísero celebro; No dejaba requiebro, que no imitase tierno a los orates que el mundo amantes llama, y de la tierna dama amores y cariños, hasta los disparates que les dicen las amas a los niños cuando los dan el pecho las mañanas, con intrínseco amor diciendo ufanas: «Mi rey, mi amor, mi duque, mi regalo, mi Gonzalo»...; mas esto, solamente mi se llama Gonzalo: porque fuera requiebro impertinente si se llamara Pedro, Juan o Hernando: que convienen las flores con los frutos, y a las cosas también sus atributos. Estaba el sol apenas matizando las plumas de las alas de los vientos, dando a los dos primeros elementos esmeraldas al uno, al otro plata, cuando salía por su amada gata al soto de Luzón el triste amante, sin respetar el arcabuz tronante, a buscar el gazapo entre las venas de la tierra, que apenas salir al campo osaba, y de una manotada le pescaba. No había pez ni pieza de vaca en la cocina que, en volviendo Marina a buscar otra cosa la cabeza, no caminase ya por los tejados para el dueño cruel de sus cuidados; tan ligero y veloz, tan atrevido, que no paraba, sin hacer ruido, hasta sacar la carne de la olla, del asador la polla, aunque sacase, por estar ardiendo, o pelada la mano o con ampolla, «Fufú, fufú», diciendo. ¡Oh amor! ¡Oh, cuántas veces de la misma sartén sacó los peces, sin cuchares de hierro ni de plata! Y la cruel, a más amor, más gata. «¿Es posible (decía con lastimosas quejas), ''¡oh más dura que mármol a mis quejas''! (porque el gato las églogas sabía) y al amoroso ''fuego que me enciende mas helada que nieve, Gatalea'', que de mi fuego el hielo te defiende de ese pecho cruel, que me desea la muerte (que antes sea la de tu Adonis, Micifuf cobarde, que gozarás, cruel, o nunca o tarde), que no te duelen tantas penas mías, ni el verte tantos días cautiva en esta torre, que ni te viene a ver ni te socorre, qué para aborrecerle te bastaba? Micilda me buscaba, Micilda me quería; por ti la aborrecía, siendo gata de bien, siendo estimada por honesta doncella, y retirada de amigas, de papeles y paseos, que clandestinos trazan himeneos. ¿Qué no dejé por ti, que te has casado con un gato afrentado?, que si fuera afrenta entre los hombres el ser gato, que la costumbre toda ley altera, sólo éste fuera gato, por ingrato?» «No te canses (la gata respondía, con ojos zurdos de Nerón romano), Marramaquiz tirano; que, siendo como es justa mi porfía, ni he de temer tus daños, ni me podrás vencer con tus engaños». «¿Qué obstinación, qué furia te obliga, Zapaquilda, a tanta injuria? Mira que la nobleza de tu celoso amante, siendo tan arrogante, a su misma cruel naturaleza se rebela teniéndote respeto, añadiendo al ser noble el ser discreto». Este apóstrofe ha sido justamente advertido a la gata cruel desamorada, por lo que a los retóricos agrada, que adornan la oración con voces puras y sacan un retablo de figuras; que, cuanto a mí, jamás me atravesara con gente de uñas y de mala cara. Ya Mizifuf en casa de Ferrato juntaba deudos, provocaba amigos, de su dolor testigos, acusando el cruel bárbaro trato del común enemigo (que este nombre como al Turco le daba), y por que más de su maldad se asombre, el robo de su esposa exageraba; que cada cual en su dolor y pena hasta una gata puede hacer Helena. Estando, pues, sentados en secreto en el zaquizamí de su posada, dijo a la noble junta lastimada, con triste voz, de su desdicha efeto: «Aquel justo conceto que de vuestro valor tengo formado me escusa de retóricos ambages, amigos y parientes, si estuvistes presentes a la dura ocasión de mi cuidado, de que tan tarde me avisaron pajes. que siempre llegan tarde los avisos a los que son para su bien remisos. ¿Con qué. podré moveros? ¿Con qué podré obligaros? O ¿qué podré deciros, que pueda enterneceros, que pueda provocaros, si no son los suspiros, medias voces del alma, cuando con el dolor la lengua calma? Éste que aquí no explico está diciendo el pálido semblante lo que con muda lengua significo, pues cuando más la encumbre y adelante, más corto he de quedar; que los enojos remiten la retórica a los ojos; que la muda tristeza muchas veces el Demóstenes fué de la elocuencia, y más donde son sabios los jüeces, que excusan de captar benevolencia; pues no pudiera en Grecia, en su Liceo, ver más dotrina que en vosotros veo: todos Platones sois, todos Catones; más podrá la razón que las razones». Yo vine, provocado de la Fama, a ver de Zapaquilda la hermosura, por alta mar, del hado conducido, donde mis ojos encendió su llama, fuego de fénix, que a los siglos dura, opuestos a la muerte y al olvido. Si fuí favorecido, si agradeció mi amor y pensamiento, bien lo dice el tratado casamiento, pues que nos veis, con la ocasión perdida. ella sin libertad y yo sin vida. Cortés la quise, sin violencia alguna; que nunca fué violenta la fortuna. Cuando pagó mi amor, yo no sabía, como quien era, gato forastero, que este tirano a Zapaquilda amaba; con esto, la primera luz del día, y con ella su cándido lucero, en mis ojos brillaba primero que en las flores, a su ventana repitiendo amores. Allí también, en su primera estrella, la noche me buscaba divertido, adorando las tejas, de sus balcones rejas y dulce elevación de mi sentido, hasta que hablar con ella, envidioso, traidor y fementido, me vio en su celosía, donde probó mi amor su valentía. Resultó la prisión; y es tan villano, que ha engañado a Micilda, y dándola su fee, palabra y mano de que será su esposo, siendo cumplirla el acto más honroso, Cuando me vió casar con Zapaquilda, en afrenta de todos sus parientes y amigos, que presentes estuvieron atónitos al caso, echando los más graves por la tierra, como estaban de boda, y no de guerra, padeciendo mi Sol tan triste ocaso, se la llevó con atrevido paso, celoso el corazón, la vista airada, hiriendo a quien delante se le, puso; tanto, que con Garraf, de una gatada, los botes y redomas descompuso de un boticario que vivía enfrente; y como de repente en un perol cayese desde un banco, todo le revistió de ungüente blanco, vertió una melecina, y paró medio muerto en la cocina. en ocasión tan dura, en ocasión tan triste, que es mármol quien las lágrimas resiste. Mas quiero epitomar mi desventura: «¡mi esposa me han robado! ¡Sin honra estoy!». Aquí, si no fué mengua, fue el silencio la voz, los ojos, lengua, porque la grave pena, cortando la razón, dejóle mudo. Enternecióse el ínclito senado, haciendo propia la desdicha ajena, luego que vió que proseguir no pudo, y respondió Panzudo, un gato venerable de persona, aunque pelado de cabeza estaba, cosa que a muchos buenos acontece (si bien esto no fué lo que parece cuando a un amante viene la pelona; mas golpe que le dió cierta fregona, que de un menudo que lavar pensaba, cuando menos atenta te miraba, asido del principio de una tripa que a la vista las manos anticipa, le fue desenvolviendo hasta el tejado, como cordel de un cabo y otro atado, del ovillo de sebo el laberinto, y cada cual de todos participa deste dolor, como si propio fuera), dijo con el semblante mesurado, en prudentes palabras desatado: «Con justa causa Micifuf espera verse favorecido, y vengado también del atrevido que le robó su esposa, fatal desdicha de mujer hermosa». Y respondió Tomillo, propia razón de gato mozalvillo: «Por mí ya lo estuviera; porque con estas uñas se le diera.» Pero Zurrón, que le miraba enfrente, le dijo: «Con un gato el más valiente que han visto los tejados desta villa, mejor es, a la usanza de Castilla, escribirle un papel de desafío.» «No es ése el voto mío (Garrullo replicó), ni que se intente venganza de vitoria contingente; que siempre ha estado en varias opiniones si ha de haber desafío en las traiciones, Soy de voto que tome el agraviado un arcabuz, y aguarde al gato más valiente, o más cobarde, castigo de que vive descuidado, sin miedo del que agravia, y propio efeto de la noche escura.» «Si se pudiera ejecutar segura, fuera venganza sabia (dijo Chapuz valiente, gato de buenas partes); mas son tantas las artes dese Marramaquiz, gato insolente, que no dará ocasión que se ejecute, por mucho que la noche el rostro enlute; y, de mi parecer, mejor sería querellarse del robo y castigalle por términos jurídicos, y dalle muerte que corresponda a la osadía.» «Dirán que es cobardía (Trebejos replicó). Ni esa querella está bien al honor de una doncella; que es poner su defensa en opiniones: que se averigua mal con las razones aquello que la causa pone en duda; que no hay para mujeres lengua muda; que ha dado el mundo en bárbaras querellas, no pudiendo escusar el nacer dellas. Pleitos aun no son buenos para gatos, porque es gastar la vida y la paciencia: no hay que tratar de tratos ni contratos, ni andar en pruebas, ni esperar sentencia. Si aquesta injuria ha de quedar vengada, remítase a la pólvora o la espada.» «Bien dice (respondió Raposo, haciendo debido acatamiento al gran senado) Trebejos, y no es justo, aunque se pruebe lo que estáis diciendo y quede a vuestro gusto sentenciado, que deis al pueblo gusto, al teatro sacando neciamente un gato con capuz y caperuza, no menor locura que se intente, no siendo Micifuf el moro Muza, tratar de desafíos con quien sabéis que tiene tantos bríos. Perdóneme Zurrón, Chapuz perdone, y, aunque la edad le abone, me perdone Panzudo, si de su parecer mi intento mudo; que el mío es juntar gente para tan grave empresa conveniente, y, formando escuadrones de caballos y armada infantería de toda la parienta gatería, hacer guerra al traidor, cercar la tierra, y asestándole tiros y cañones, batirle la muralla noche y día, hasta saber qué gente le socorre; porque si el campo Micifuf le corre, y el sustento le quita, y a que deje la plaza necesita, o en forma de batalla asalta la muralla, él se dará a partido, o le castigaréis siendo vencido. Sacad banderas, pues; tóquense cajas, haciendo las baquetas los pergaminos rajas; terciad las picas, disparad cometas; que así cobró su esposa en Troya el Griego: publicando la guerra a sangre y fuego.» Calló Raposo, y luego del senado el voto conferido, en la guerra quedó determinado, por ser de todos el mejor partido, más justo y más honroso; y dando Mizifuf, como era justo, los brazos y las gracias a Raposo, brotando humor adusto, a hacer la leva de la gente parte. Perdona, Amor; que aquí comienza Marte, y sale Tesifonte a salpicar de fuego el horizonte: suspende entre las armas los concetos: pues das la causa, escucha los efetos.
Silva VI
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