• Ya cerraste los ojos que fueron
    tus estrellas, oh mísero esposo:
    ya escuchaste del labio amoroso
    ¡el postrero tiernísimo adiós!
    Y padeces, de aquélla privado
    que te fue tan leal compañera,
    los dolores que el alma sintiera,
    si partirla pudieran en dos.
    ¡Ay! ¡cuán mudas las solas estancias!
    ¡Ay! ¡cuán vasta la casa desierta!
    ¡De la...