Ya cerraste los ojos que fueron
tus estrellas, oh mísero esposo:
ya escuchaste del labio amoroso
¡el postrero tiernísimo adiós!
Y padeces, de aquélla privado
que te fue tan leal compañera,
los dolores que el alma sintiera,
si partirla pudieran en dos.
¡Ay! ¡cuán mudas las solas estancias!
¡Ay! ¡cuán vasta la casa desierta!
¡De la aurora la luz te despierta,
y a tu lado tu esposa no ves;
ves a su hijo, le abrazas, sollozas,
y recuerdas que en íntimos lazos
otros dulces y tiernos abrazos
os ligaron un día a los tres!
Ya con alas movidas apenas,
silenciosas, eternas, vacías
van midiendo sus horas tus días
en la triste quietud de tu hogar:
el dolor en la mesa te aguarda,
el dolor en el lecho te espera,
y te aguarda el dolor donde quiera,
y te hiere el dolor sin cesar.
Una dulce ilusión de tus sueños
te la pinta tal vez a tu lado,
y oír piensas su acento adorado
que te dice: «despierta, Manuel»:
mas despiertas, los brazos extiendes,
y hallas mudo y vacío tu lecho,
y tu suerte maldices, deshecho
en tristísimo llanto de hiel.
Ocho lustros la dulce costumbre
con sus lazos unió vuestras vidas,
que, en un cauce mezcladas y unidas,
ríos fueron que corren a par:
del consorte raudal despojado,
hoy, cual pobre arroyelo de estío,
tristemente doliéndose un río
solitario camina a la mar.
De los años que sólo viviste
ocupaba tu mente el olvido,
cual si juntos hubierais nacido,
cual si juntos debierais morir:
y sin esa mitad tan querida,
sin su amor y perenne cuidado,
para ti jamás hubo pasado,
ni jamás para ti porvenir.
Mas aquel que imposible creías,
que sin ella llegaras a verte,
Lo demuestra implacable la muerte
y le arranca a tu llanto la fe:
a tus ojos las Horas futuras
tristes doblan la pálida frente,
aumentando la pena presente
la ventura del tiempo que fue.
.....
Pues quedasteis aquí solitarios,
pobre huérfano y triste vïudo,
estrechad más y más vuestro nudo,
acreced más y más vuestro amor:
ese sólo consuelo te resta,
pobre esposo, en tan único duelo;
hijo triste, ese sólo consuelo
hoy te queda en tu inmenso dolor.
(1866)