Adiós, madre, adiós, esposa,
hijos de mi vida, adiós;
¿Os volveré a ver? Lo sabe
tan solamente el Señor.
El corazón se me arranca,
y sin vida y alma estoy,
no por mí, más por vosotros,
prendas de mi corazón.
Mal haya la odiosa leva
que, al blanco ilustre color
respetando, prende solo
a la triste sucesión
de la gran gente...
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La nieve de nuestros montes
en tu tez cándida brilla,
y en tus cabellos el oro
que sus entrañas nos crían:
semeja la viva grana
que colora tu mejilla
purpúrea tarde que muere
en sus blanquísimas cimas;
y el azul de nuestro cielo
y de nuestra mar dormida
tiñe de tus dulces ojos
la transparente pupila.
¡Oh bellísima española...