Te engañas, mi Dorila,
si juzgas que rendido
de amar sin esperanza
se verá el pecho mío;
que no, no es tan tirano,
cual dicen, el Dios niño,
y sabe aun con las ansias
dar premios exquisitos.
Son necios los amantes
que llaman su dominio
...
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¡Cómo se van las horas, La vejez luego viene, que, escuálida y temblando, |
La rosa de Citeres, objeto del deseo ¡oh, cuán atrás se queda |