I
¡Señor! pasar veo mis días de luto
tal como escuadrones de armados guerreros,
que sueltan las bridas al rápido bruto,
clavando en mi pecho sus duros aceros.
¡Oh! ¡cuando me llames al lecho de arcilla
envuelvas mi rostro con frío sudario,
y en breves minutos derrumbes la silla
que ocupo en el cieno del mundo nefario;
Será que allí cierre...