Canto religioso

I ¡Señor! pasar veo mis días de luto tal como escuadrones de armados guerreros, que sueltan las bridas al rápido bruto, clavando en mi pecho sus duros aceros. ¡Oh! ¡cuando me llames al lecho de arcilla envuelvas mi rostro con frío sudario, y en breves minutos derrumbes la silla que ocupo en el cieno del mundo nefario; Será que allí cierre mi párpado seco que vela comido de infausta carcoma, cual ave nocturna que gime en el hueco de torre gastada, pared que desploma! Ni al viento que silva se escuche mi nombre ni al sol que ilumina mi sombra se vea, ni a par de la mía la sombra del hombre me hiele las venas, de espanto me sea. Yo tiemblo a tus iras, cual grímpola leve que azotan los vientos en golfo profundo: Si truenas, me escondo; mi pie no se mueve, cual si desquiciases los ejes del mundo. Yo al rayo que lanzas, distingo tu ceño rasgando los lutos que esconden la esfera que entonces el hombre recuerda del sueño, y el bronce del pecho se ablanda cual cera. Si escucho a los euros rugir tempestades, conozco que agitas las orlas del manto, y el soplo produces que arranca ciudades y allana los montes, Dios fuerte, Dios santo. ¿Quién libra estas cañas que suenan vacías de jugo y de flores, cantando en el suelo, si al fuerte castigo señalas los días, cansado de ingratos que escupen al Cielo? Si envías el hambre, los reyes más vanos que pisan el oro, llorando sus yerros, serán como furias que muerdan sus manos, y el pan se disputen que comen los perros: Y a nobles infantes que ensalza su cuna colgados de un seno sin fuentes de vida, famélicas madres darán por fortuna las últimas gotas de sangre perdida. Si envías la guerra, la aurora que hiciste verá hervir el mundo con bélico alarde; verá ser el mundo sarcófago triste la luz amarilla del sol de la tarde. Y el ancho Danubio lamiendo las rocas con lengua rojiza que anuncie escarmiento, raudales de sangre dará en cinco bocas que corren al fondo del mar turbulento. Si viertes la copa de airados furores do el rey de los astros sus vuelos encumbra, será mancha enorme de opacos colores, final esqueleto del sol que hoy alumbra. Sin hombres la tierra sus ámbitos solos verá, si te olvida con ciego idolismo; si miras con ceño, vacilan los polos, si el brazo levantas, ya todo es abismo. II Cargado de penas pasé mi camino: Vi al malo en orgías do el júbilo estalla, la sangre del justo bebiendo por vino, cantando unos himnos beodos... Dios calla. Volviendo mis ojos tras breve momento, volcadas las mesas, vi al malo que muero leproso y exangüe, pasando tormento de vómitos, llagas y pestes... Dios hiere. Vi al margen de un río ciudad deleitosa, ramera gastada, que estupros respira, sus hijos desnudos, ceñidos de rosa, danzaban con hijas desnudas... Dios mira. Vi sobre sus torres la nube que ardiente con flancos de llamas, con furia postrema revienta y abrasa las casas y gente, cual leves aristas del campo... Dios quema. Vi en solio sublime purpúreo tirano, que vastos dominios y estados anhela, uncir a los hombres con yugo villano, diciendo «sois siervos, sois bestias»... Dios vela. Vi alzarse los siervos rompiendo sus grillos, y hundiendo aquel solio de púrpura y plata herir al tirano con fuertes cuchillos, y el cuerpo ser pasto de buitres... Dios mata. Nacido en Ajaccio, león sin segundo, vi al héroe del siglo correr todo clima; que pone a sus plantas los reyes del mundo, que llega, ve y vence... Dios es quien sublima. Vi al héroe que busca por lecho una peña que el mar con sus olas y espumas combate: ya solo en un barco sin gloria ni enseña, corriendo al sepulcro... Dios es quien abate. III ¡Señor! si adormeces al ángel de muerte, si cortas sus alas y embotas su espada, ¿será que por grande, por santo, por fuerte, te rinda sus himnos la tierra cansada? Da paz a los mares: tu aliento divino les rice las ondas con gratas. bonanzas; da paz a la tierra por donde camino, y el bálsamo dulce de tus esperanzas. Da paz a las penas y afanes del hombre que gime en los valles de tétrica hondura, y en siglos eternos bendiga tu nombre volando a las tiendas que están en tu altura: Y mientras te vistes de luz esplendente y mientras te elevas en alas del Austro, las súplicas oye benigno y clemente de un cisne que canta tu gloria en el claustro.

Collection: 
1825

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