• Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro
    de tu inocencia cándida conservas el tesoro;
    a quien los más audaces, en locos devaneos
    jamás se han acercado con carnales deseos;
    tú, que adivinar dejas inocencias extrañas
    en tus ojos velados por sedosas pestañas,
    y en cuyos dulces labios -abiertos sólo al rezo-
    jamás se habrá posado ni la sombra de un...