Un payo a confesarse a Madrid vino
por ver si un reverendo capuchino,
que de gran santidad fama tenía,
de sus grandes pecados le absolvía.
Dirigióse al convento
de este varón sagrado
y le halló en el asiento
de su confesonario, rellanado,
absolviendo a sujetos diferentes
que tenían las caras penitentes.
Llegó al payo su vez...