Aún me parece que en el Cielo santo
con desusada gloria
en medio de los ángeles estuve
a donde de tu canto
la constante memoria
de nuevo el alma estremecida sube:
mas di Rossini, dime
si propicio querube,
celeste amigo que tu canto inspira,
en noche solitaria
te enseñó el más ardiente y más sublime
himno que sabe su divina lira,
en esa pura celestial plegaria;
o si tú mismo al cielo suspendido,
al angélico coro
¿la escuchaste cantar en harpas de oro,
con ella absorto el soberano oído?
Por esa hora dichosa,
por el celeste olvido
del mundo, de mí mismo, de mis males;
por el alto placer que mi alma endiosa,
a tu valor divino desiguales,
estos versos te envío agradecido,
¡oh delicia y amor de los mortales!
(1855)