Un hombre conozco yo
tan feo y malo, que habrá
quien se le acerque, quizá,
pero quien lo iguale, no.
No es dable que otro se encuentre,
peor del ocaso al orto,
ni nunca más feo aborto
salió de un humano vientre.
La Naturaleza, cuando
tan risibles monstruos forja,
parece que está de gorja,
y que los hace burlando.
Mas, como de estos caprichos,
cuando está formal, le pesa,
rompe airada la turquesa
en que forjó tales bichos.
¿No has visto, lector, las caras
que el torpe lápiz produjo
de uno que aprende el dibujo,
tan mal hechas y tan raras?
¿O las que en blanca pared
dibujan manos traviesas?
¡Pues ojalá que como ésas
fuera la de su Merced!
Sus tachas un ciego vélas:
y como si no bastara
tener tan hermosa cara,
le fueron a dar viruelas.
Quedó el rostro hecho un arnero:
mas le igualaron después
estragos del mal francés
uno con otro agujero.
Del ojo derecho es tuerto,
y del otro no muy sano;
es su frente un vasto llano
y su cabeza el desierto.
Jorobado también es;
mas esta falta remedia
el no medir vara y media
de la cabeza a los pies.
Y aunque está pegado al suelo,
lo sustenta tan gran base
como si se levantase
hasta muy cerca del cielo.
Es pedestal cada pie,
pues cuanto crecer debió
en altura, no sé yo
como en patas se le fue.
Que hay mortales tan felices,
que árboles se han de llamar,
pues van creciendo a la par
en las ramas y raíces.
Poco él creció para arriba;
muchísimo para abajo,
aunque una gran parte trajo
para sí la enorme giba.
Mas, si bellos en tal grado,
miembros y facciones son,
es la nariz la facción
que más hermosa ha sacado.
Tanto que afirmarte puedo
que el lauro disputa y gana,
a la nariz soberana
que inmortalizó Quevedo:
la que era por arco y puntas
espolón de una galera,
y que de narices era
todas doce tribus juntas.
Una gracia al tal le encuentro
que compensa estas faltillas,
y es que sus huecas mejillas
se están besando por dentro.
Y aunque de tan inaudita
fealdad su cuerpo sea,
una alma mucho más fea
dentro de ese cuerpo habita:
una alma hipócrita y ruin,
sin nociones del deber;
cobarde más que mujer,
y envidioso cual Caín.
Con chicos altiva fiera,
a grandes vilmente adula;
fuera muy dado a la gula,
si tan avaro no fuera.
Dar de su torpe cabeza
justa idea desespero:
los otros son torpes, pero
él es la misma torpeza.
No hay vicio alguno o defecto
que no reúna este tal:
es un modelo del mal,
del vicio tipo perfecto.
Pero si, atónito y mudo,
al ver tan negros colores,
alguno de mis lectores
un instante dudar pudo
que en cuerpo y alma tan feo
sea el hombre de quien trato,
sepa que en este retrato
no poco lo lisonjeo.
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