Hace mar fuerte... ¿fuerte?... Los egocultores decimos así a lo que nos vence y no es el caso.
El mar arrea cordilleras renovadas, que columpian al vapor en cuya proa frenetizo de borrasca.
Busco una metáfora pluriforme e inmensa; algo como fijar el alma caótica, que se empenacha de pedrería.
¿Cómo decir?... Mar... mar... y mientras insuflo el cráneo de espacio para cantarle mi visión, el insolente me escupió la cara.
---------------------------------------------------------------
«Regina Elena», 1914.