Poema de un día

Heme aquí ya, profesor de lenguas vivas (ayer maestro de gay-saber, aprendiz de ruiseñor) en un pueblo húmedo y frío, destartalado y sombrío, entre andaluz y manchego. Invierno. Cerca del fuego. Fuera llueve un agua fina, que ora se trueca en neblina, ora se torna aguanieve. Fantástico labrador, pienso en los campos. ¡Señor, qué bien haces! Llueve, llueve tu agua constante y menuda sobre alcaceles y habares, tu agua muda, en viñedos y olivares. Te bendecirán conmigo los sembradores del trigo; los que viven de coger la aceituna; los que esperan la fortuna de comer; los que hogaño como antaño tienen toda su moneda en la rueda, traidora rueda del año. ¡Llueve, llueve; tu neblina que se torne en aguanieve, y otra vez en agua fina! ¡Llueve, Señor; llueve, llueve! En mi estancia, iluminada por esta luz invernal —la tarde gris tamizada por la lluvia y el cristal—, sueño y medito. Clarea el reloj arrinconado, y su tic-tic, olvidado por repetido, golpea. Tic-tic, tic-tic... Ya te he oído. Tic-tic, tic-tic... Siempre igual, monótono y aburrido. Tic-tic, tic-tic, el latido de un corazón de metal. En estos pueblos, ¿se escucha el latir del tiempo? No. En estos pueblos se lucha sin tregua con el relò, con esa monotonía que mide un tiempo vacío. Pero ¿tu hora es la mía? ¿Tu tiempo, reloj, el mío? (Tic-tic, tic-tic... ) Era un día (tic-tic, tic-tic) que pasó, y lo que yo más quería la muerte se lo llevó. Lejos suena un clamoreo De campanas... Arrecia el repiqueteo de la lluvia en las ventanas. Fantástico labrador, vuelvo a mis campos. ¡Señor, cuánto te bendecirán los sembradores del pan! Señor, ¿no es tu lluvia ley en los campos que ara el buey y en los palacios del rey? ¡Oh agua buena, deja vida en tu huida! ¡Oh tú, que vas gota a gota, fuente a fuente y río a río, como este tiempo de hastío corriendo a la mar remota, con cuanto quiere nacer, cuanto espera florecer al sol de la primavera, sé piadosa, que mañana serás espiga temprana, prado verde, carne rosa, y más: razón y locura y amargura del querer y no poder creer, creer y creer! Anochece; el hilo de la bombilla se enrojece; luego brilla, resplandece poco más que una cerilla. Dios sabe dónde andarán mis gafas... Entre librotes, revistas y papelotes, ¿quién las encuentra?... Aquí están. Libros nuevos. Abro uno de Unamuno. ¡Oh el dilecto, predilecto de esta España que se agita, porque nace o resucita! Siempre te ha sido, ¡oh Rector de Salamanca!, leal este humilde profesor de un instituto rural. Esa tu filosofía que llamas diletantesca, voltaria y funambulesca, gran don Miguel, es la mía. Agua del buen manantial, siempre viva, fugitiva; poesía, cosa cordial. ¿Constructora? —No hay cimiento ni en el agua ni en el viento—. Bogadora, marinera hacia la mar sin ribera. Enrique Bergson: Los datos inmediatos de la conciencia. ¿Esto es otro embeleco francés? Este Bergson es un tuno; ¿verdad, maestro Unamuno? Bergson no da, como aquel Immanuel, el volatín inmortal; este endiablado judío ha hallado el libre albedrío dentro de su mechinal. No está mal: cada sabio, su problema, y cada loco, su tema. Mucho importa que en la vida mala y corta que llevamos libres o siervos seamos; mas, si vamos a la mar, lo mismo nos ha de dar. ¡Oh estos pueblos! Reflexiones, lecturas y acotaciones pronto dan en lo que son: bostezos de Salomón. ¿Todo es soledad de soledades, vanidad de vanidades, que dijo el Eclesiastés? Mi paraguas, mi sombrero, mi gabán... El aguacero amaina... Vámonos, pues. Es de noche. Se platica al fondo de una botica: —Yo no sé, don José, cómo son los liberales tan perros, tan inmorales. —¡Oh, tranquilícese usté! Pasados los carnavales vendrán los conservadores, buenos administradores de su casa. Todo llega y todo pasa. Nada eterno: ni gobierno que perdure, ni mal que cien años dure. —Tras estos tiempos, vendrán otros tiempos y otros y otros, y lo mismo que nosotros, otros se jorobarán. Así es la vida, don Juan. —Es verdad, así es la vida. —La cebada está crecida. —Con estas lluvias... Y van las habas que es un primor. —Cierto; para marzo, en flor. Pero la escarcha, los hielos... —Y, además, los olivares están pidiendo a los cielos agua a torrentes. —A mares. ¡Las fatigas, los sudores que pasan los labradores! En otro tiempo... —Llovía también cuando Dios quería. —Hasta mañana, señores. Tic-tic, tic-tic... Ya pasó un día como otro día, dice la monotonía del reló Sobre mi mesa Los datos de la conciencia, inmediatos. No está mal este yo fundamental, contingente y libre, a ratos, creativo, original; este yo que vive y siente dentro la carne mortal, ¡ay! , por saltar impaciente las bardas de su corral.

Collection: 
1895

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