(En el día de mi natalicio)
En este día, como la aurora al mundo,
me mandaste, Señor;
yo te bendigo Espíritu fecundo,
Supremo Creador.
Dichoso o infeliz, Luz de la vida,
mi voz te cantará;
regocijada el alma o abatida
siempre te ensalzará.
En el dolor, que ilustra y santifica,
bendigo tu bondad;
en la fe, que enaltece y vivifica,
y en la augusta verdad.
Bendito Tú, que el llanto has bendecido
y la tribulación;
Tú, que muestras el cielo prometido
al pobre en su aflicción;
Tú, que inspiras al flaco fortaleza,
al soberbio humildad,
al avaro desprecio a la riqueza,
al impío piedad;
Tú, que hiciste atractiva la inocencia,
celestial el candor,
inflexible y severa la conciencia,
el deber bienhechor;
que enseñas a morir por la justicia
y la eterna verdad,
y al mundo dictas en tu ley propicia,
sublime caridad.
Bendito Tú, que impones la esperanza
y nos mandas amar;
Tú, que nos dices que la gloria alcanza
quien sabe perdonar;
bendito Tú, que has dado al sentimiento
inefable fruición,
al noble y elevado pensamiento
fuego e inspiración;
a los puros y ardientes corazones,
alteza y beatitud;
al alma, de tu ser revelaciones,
y gloria a la virtud.