Las rosas del balcón eran celosas
novias bajo el agravio de la fina
ironía falaz de una vecina
que se ponía a reír de ciertas cosas.
Tu perdón desdeñoso fué a las rosas
y tus labios a mí. La muselina
de la suave penumbra vespertina
te envolvió en no sé qué ansias misteriosas.
Dijo el piano motivos pasionales,
y al temblar tus magnolias pectorales
con miel de invitaciones al pecado
de tu posible ruego incomprendido,
terminó la canción con un gemido
de alondra torturada en el teclado.