Áridos cerros que ni el musgo viste,
cumbres que parecéis a la mirada
altas olas de mar petrificada,
¡cuánto me halaga vuestro aspecto triste!
¡Cuánto descansa el ánimo angustiado
en contemplaros, al fulgor sombrío
de un cielo oscuro, nebuloso y frío,
conforme, cual vosotros, a mi estado!
Que en el mar y en la tierra y en el cielo
a un afligido corazón le agrada
encontrar donde quiera retratada
la fiel imagen de su propio duelo.