No os asombréis tanto, no,
si en la templanza que muestro
tan otro de mí soy yo;
un sueño ha sido el maestro
que tal cambio me enseñó.
Temo, fiel a su lección,
que, cuando más la altivez
levante mi corazón,
me he de encontrar otra vez
en mi lóbrega prisión.
Yo con mi ejemplo te enseño,
raza de Adán engañada,
que toda la vida es sueño,
y el mayor bien es pequeño
y la mayor gloria es nada.
Nadie con dichas se engría,
cual se engrió el alma mía,
ni abatido desespere,
por más que hollado se viere
de adversa fortuna impía.
Sufra su injusto poder,
y de la pena mayor
consuélese con saber
que es sólo un sueño el dolor,
como es un sueño el placer.
Como, durmiendo, la mente,
dichas o desgracias sueña,
así, despiertos, nos miente
o triste vida o risueña
una ilusión más potente.
Pues del más grande al menor
sólo es soñar nuestra ley,
decid, ¿qué importa en rigor
el que uno sueñe ser rey
y otro pobre pastor?
¿Y a mí qué me ha de valer
soñar que monarca soy,
yo que preso soñé ser?
Tan vano es mi cetro de hoy
como mi prisión de ayer.
Y adversa o feliz la suerte,
opulenta o desvalida,
es forzoso que la muerte
venga al fin y nos despierte
de este sueño de la vida.
Viva pues la humana gente
viendo que es fuerza que muera,
viva como solamente
dormida, y como si fuera
a despertar de repente.
Quien me vio proceder ciego
del orgullo con la venda,
al fin de este caso atienda
y en mí considere luego
el escarmiento y la enmienda.
Míreme entre tanta gloria,
humilde, templado, blando,
tratarla como ilusoria
y usar de mi alta victoria,
generoso perdonando.
Y atentos todos estén
a obrar bien y huir el mal,
pues en vida un sueño igual
es tan sólo el hacer bien
lo verdadero y rëal.
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