Desde el día que vio la audacia ibera,
¡cuantas noches cerrar, cuántas auroras
miró lucir nuestra congoja fiera,
sin que el continuo vuelo de las horas
la hora de la venganza nos trajera!
Vio el peruano a su amada patria bella
con ojos de rubor, en su mejilla
mirando aún purpurëar la huella
que la insolente mano de Castilla
con inicua traición estampó en ella.
Mas ya llegó de la venganza el día
La hora sonó por el honor ansiada;
no más llanto y suspiros, patria mía:
alza al cielo la fúlgida mirada,
y en la justicia de tu musa fía.
No vengas, patria, tus afrentas solas:
la deuda pagas a tu heroica hermana
que provocó las iras españolas
por darte ayuda, y que a la flota hispana
sulcar hoy mira de su mar las olas.
Y ya, mirando la amenaza ibérica,
como una patria, como un pueblo solo,
la libre independiente Sur-América
desde el golfo de Méjico hasta el polo
Indignada levántase y colérica:
y en natural indestructible alianza
y poderosa formidable liga,
clamando en fiera voz: «Guerra y Venganza»
se arma contra su pérfida enemiga,
y a la pelea impávida se lanza.
Deja ya, Iberia, tu esperanza vana,
y a saber tu arrogancia se disponga
que de las naves que mandaste ufana
la suerte que ayer cupo al Covadonga
cabrá también a las demás mañana.
Si en esa nave al pabellón hispano
ha sucedido el tricolor chileno,
pronto verá tal vez el océano
la Villa de Madrid por su ancho seno
pasear triunfante el pabellón peruano.
Mas... peruano, chileno, ¡vano modo
de hablar! si en igual roto nos reünes,
blancos iguales del insulto godo,
glorias y triunfos nos serán comunes,
será común entre nosotros todo.
No esperes de las naves el retorno
que a nuestras playas en mandar te afanes,
que, para gloria nuestra y tu bochorno,
ninguna volverá de Magallanes
e1 estrecho a pasar ni el cabo de Horno.
(1866)