La excelsa roca pisa,
de amantes desamados visitada,
con planta no indecisa,
la lesbiana divina poetisa
del ingrato Faón enamorada.
Escucha en lo hondo y mira,
impávida, agitarse en son horrendo
del mar la indócil ira;
y por última vez pulsa la lira,
al aire estos lamentos esparciendo:
«Adiós por siempre, oh vida;
adiós, oh mundo; sin dolor ni llanto
os doy mi despedida,
que bien sé que en vosotros no se anida
para Safo infeliz sino quebranto.
»Muerte anhelo y cualquiera
la pena sea que al mayor pecado
en el Averno espera,
jamás las ansias igualar pudiera
de un furibundo amor menospreciado.
»A los males sin cuento
con que os abruma el que su eterna fiesta
halla en vuestro tormento,
es, oh mortales, único descuento,
sola ventura que gozáis es ésta:
»que, si del hado impío
fue decreto fatal el nacimiento,
es rey vuestro albedrío
de acelerar, como acelero el mío,
de vuestras vidas el final momento;
»y que, si fue la entrada
a la prisión oscura de la vida
forzosa e ignorada,
dogal, y salto, y tósigo, y espada
siempre libre encontraron la salida.
»Tú que las crudas penas
que lloro lloras, yo a romper te enseño
tus odiosas cadenas;
a padecer tú mismo te condenas,
sabiendo que eres de tu muerte dueño.
»Usa tu alto derecho;
y o da veneno a la callada boca,
o el cuello a lazo estrecho,
o con agudo acero abre tu pecho,
o ven conmigo a la Leucadia roca.
»No más tu pena aguarde:
Mas, si escoges vivir, lloro no viertas,
cesa queja cobarde:
culpa tuya será que se abran tarde,
cautivo vil, de tu prisión las puertas.
»Vive, vive, tolera
tus fieros males, cada vez mayores,
y la vejez postrera
haga que apures tu desgracia entera,
que mal ninguno de la vida ignores.
»Morir, morir escojo,
y rebelde al tirano omnipotente,
me burlo de su enojo,
y de la vida con desdén le arrojo
El falso funestísimo presente.
»Y tú, mancebo ingrato,
a quien desesperadamente adoro,
tú a quien con insensato
furor mil veces convidé a mi trato,
pospuesto el casto femenil decoro:
»Vive feliz, si pudo
Consentirlo a mortal el negro encono
del destino sañudo:
tu eterno desamor, tu desdén mudo,
y mis tormentos todos te perdono.
»No fue amarme en tu mano:
tuya no fue la culpa; el rigor lo hizo
de Júpiter tirano
que, con avara diestra, velo humano
me dio, desnudo de beldad y hechizo.
»El alma que era bella
no pudiste mirar; si la miraras,
te enamoraras de ella,
menospreciando la beldad de aquella
por quien a Safo triste desamparas.
«Oh ponto, cuyo asalto
la excelsa roca azota, hirviente espuma
arrojando a lo alto,
no del mortal irrevocable salto
arredrarme tu cólera presuma.
»Tu amenaza o insulto
mirando estoy impávida, que calma
es el ciego tumulto
de tus olas, al lado del que oculto
amoroso huracán dentro del alma.»
Dice la triste amante,
y se arroja veloz: la mar hinchada
se abre y cierra sonante,
y, de las ondas a merced errante,
aquí y allí la leve lira nada.
Último canto de Safo
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