Recuerdo

¡Cuantas veces, oh madre, fatigado
del largo afán que el pensamiento abruma,
dejaba al fin la dolorosa pluma
para buscar tu cariñoso lado!
Y me acogías en tu seno amante,
y en tu sofá tendido, a mi mejilla
era blanda almohada tu rodilla,
como cuando era pequeñuelo infante.
La luz bebía de tus ojos bellos,
y sentía tu mano dulcemente
acariciar mi enardecida frente
o amorosa jugar con mis cabellos.
Y de su tacto al refrigerio blando
sentía mi cabeza serenarse,
y la fiebre poética templarse
que estaba mi cerebro devorando.
Que no hay tierna caricia que no cuadre
entre el materno y el filial cariño,
y aun cubierto de canas, siempre es niño
un hombre en la presencia de su madre.
¡Ay! ya no tengo la amorosa falda
donde la frente reclinar ahora,
cuando la larga fiebre abrasadora
de la tenaz inspiración la escalda.
No hay pies ansiosos que a mi encuentro lleguen
ni ojos amantes a mi vista ledos;
ni cariñosos nacarados dedos
que nunca ya con mis cabellos jueguen.
Salid, cual amarguísimo océano,
lágrimas mías, de mi pecho lleno:
¡ya no caéis en el materno seno,
ya no os enjuga la materna mano!

Collection: 
1855

More from Poet

  • Cuando doblen las campanas,
    no preguntes quien, murió:
    quien, de tus brazos distante,
    ¿quién puede ser sino yo?

    Harto tiempo, bellísima ingrata,
    sin deberte ni en sombra favores,
    padecí tus crüeles rigores
    y lloré como débil mujer;
    ya me rinde el...

  • I

    Iba la más oscura taciturna
    y triste Hora nocturna
    moviendo el tardo soñoliento vuelo
    por el dormido cielo,
    cuando, dejando mi alma
    en brazos del hermano de la Muerte
    a su cansado compañero inerte,
    libre de su cadena,
    voló a su patria...

  • ¡Oh ciudad silenciosa de los muertos!
    En ti se apaga el huracán humano,
    cual muere al pie de las tranquilos puertos
    el estruendo y furor del océano.
    Tú el sólo asilo de los hombres eres
    donde olviden del hado los rigores,
    sus ansias, sus dolores, sus placeres...

  • Áridos cerros que ni el musgo viste,
    cumbres que parecéis a la mirada
    altas olas de mar petrificada,
    ¡cuánto me halaga vuestro aspecto triste!

    ¡Cuánto descansa el ánimo angustiado
    en contemplaros, al fulgor sombrío
    de un cielo oscuro, nebuloso y frío,
    ...

  • No os asombréis tanto, no,
    si en la templanza que muestro
    tan otro de mí soy yo;
    un sueño ha sido el maestro
    que tal cambio me enseñó.
    Temo, fiel a su lección,
    que, cuando más la altivez
    levante mi corazón,
    me he de encontrar otra vez
    en mi...