Flota en los aires, de la tarde el velo;
y al mismo paso que las sombras cunden
de la atezada noche en el espacio,
dolorosos y oscuros pensamientos
nacen dentro del alma y se difunden.
Contempla, Laura, en el tendido cielo
esas nubes que vuelan
arrebatadas de invisibles vientos...
¿A dónde van?... Mi triste fantasía
suelta vagando, por doquiera mira
misterios que al placer no se revelan.
Parece que suspira
en torno nuestro el aura voladora;
parece que al oído
nos dice cosas tales,
que sin saber nuestra alma su sentido,
al escucharlas se estremece y llora.
¿Qué es esto, amada mía?...
¿Por qué en hondo silencio nos miramos
y tus ojos se llenan y los míos
de repentinas lágrimas?... No ha mucho
que en amorosos juegos la pradera
nos miró andar, sus flores recogiendo:
tú reías alegre y yo reía...
Y ahora al recuerdo del placer perdido,
lloro yo... lloras tú... y ambos callamos.
Laura, la noche avanza y muere el día...
¿Será que el veloz tiempo nos advierte
en esta muda escena de agonía,
que tu pasión así, y así la mía,
morirán al venir la oscura muerte?...
Laura, la sombra sube y se adelanta,
y al aire tiende ya su negro tul;
la estrella de la tarde se levanta
al firmamento azul.
«Ella verá a los dos», tú me dijiste;
«quiero hablarte a su cándido fulgor».
Hela allí que ya luce; inquieto y triste
te espero dulce amor.
Y no apareces... ¡ay! los ojos míos
los vuelvo en derredor con ansiedad,
mirando por los árboles sombríos,
y no hallan tu beldad.
¿Por qué tardas? Hermosa es tu presencia
como en la sombra el astro del amor,
paz esparcen tus ojos e inocencia,
y tu frente candor.