Juventud eterna

Para tu belleza rara
vana es del tiempo la fuga:
que aún no con sus sulcos ara
la fea enojosa ruga
tu hermosa frente y tu cara;
De tu purpúrea mejilla
aún el nativo carmín
vence al mentido y humilla,
y la reina del jardín
de verle se maravilla;
aún no hay blancura tan rara,
cuajada trémula leche,
puro mármol, nieve clara,
que la vista no deseche,
si con tu albor los compara;
aun en estos años tardos,
tus hermosos ojos pardos
despiden por rayos flechas
que al corazón van derechas,
como del Amor los dardos.
Aún no al oscuro cabello
por quien ya no se celebra
el de Berenice bello,
se le argenta una sola hebra,
ni ningún odioso sello
que imprime el tiempo crüel
tu altiva beldad desdora:
tu retrato aún copias fiel
que no ha envejecido una hora
desde que lo hizo el pincel.
Dice la Envidia que diez
lustros cuentas si no más;
y verdad será tal vez;
mas, si tan joven estás,
y al mundo pongo por juez;
¿qué vale, di en casos tales
nacer antes o después?
Inciertos son tus natales:
lo cierto tu beldad es
y tus gracias sin rivales.
Calle pues, y de ofender
te cese la Envidia osada,
que es la edad de la mujer
la que dice a la mirada
su faz y su parecer.

Collection: 
1855

More from Poet

  • Cuando doblen las campanas,
    no preguntes quien, murió:
    quien, de tus brazos distante,
    ¿quién puede ser sino yo?

    Harto tiempo, bellísima ingrata,
    sin deberte ni en sombra favores,
    padecí tus crüeles rigores
    y lloré como débil mujer;
    ya me rinde el...

  • I

    Iba la más oscura taciturna
    y triste Hora nocturna
    moviendo el tardo soñoliento vuelo
    por el dormido cielo,
    cuando, dejando mi alma
    en brazos del hermano de la Muerte
    a su cansado compañero inerte,
    libre de su cadena,
    voló a su patria...

  • ¡Oh ciudad silenciosa de los muertos!
    En ti se apaga el huracán humano,
    cual muere al pie de las tranquilos puertos
    el estruendo y furor del océano.
    Tú el sólo asilo de los hombres eres
    donde olviden del hado los rigores,
    sus ansias, sus dolores, sus placeres...

  • Áridos cerros que ni el musgo viste,
    cumbres que parecéis a la mirada
    altas olas de mar petrificada,
    ¡cuánto me halaga vuestro aspecto triste!

    ¡Cuánto descansa el ánimo angustiado
    en contemplaros, al fulgor sombrío
    de un cielo oscuro, nebuloso y frío,
    ...

  • No os asombréis tanto, no,
    si en la templanza que muestro
    tan otro de mí soy yo;
    un sueño ha sido el maestro
    que tal cambio me enseñó.
    Temo, fiel a su lección,
    que, cuando más la altivez
    levante mi corazón,
    me he de encontrar otra vez
    en mi...