Idilio 2

1 Los ciento que dio pasos bella dama, los mil que dio suspiros tierno río, siendo ella esquiva más que al sol su rama, y él, más que el sol amante a su desvío, yo cantaré, que amor mi pecho inflama, y no de Marte el plomo, cuyo brío en el vaciado bronce, resonante, venganza es ya de Júpiter tonante. 2 Tú que le has dado con süave huella alma a las mías y alas a mi pluma, constelación de Amor hermosa y bella, aunque nacida no de blanca espuma, ésta recibe, que si no es querella de mi tierna pasión, es breve suma de cuantas se movió veces tu planta grave, por quien es ya grave Atalanta. 3 y vos, que el generoso siempre oído adulzáis con el son de la cometa del suelto cazador bien repetido, ya veces reiterado en la escopeta, agora estéis al arrayán tendido, de Venus fulminando la saeta, agora, mientras Febo al mar declina, blandiendo el pasador entre la encina, 4 agora de damasco entre la ropa, debajo del dosel bordado augusto, despachéis de negocios larga tropa, interrompiendo de la siesta el susto, agora en el jinete que galopa, por no olvidar tan generoso gusto, queráis batir el lado, que se bate con el agudo bárbaro acicate. 5 Si pasos de una dama son de estima, que como el dueño son graves y bellos, escuchaldos, Señor, antes que imprima profano el vulgo su ponzoña en ellos, que si de la excelencia que os sublima parte les toca, dudo que los cuellos de tantos Aristarcos no domados, se escapen esta vez de ser pisados. 6 y juntamente recibid de un río, que os besa el pie como fiel vasallo, el requebrado acanto, si ya el brío no os sobrelleva de andaluz caballo, con cuyo beneplácito, ya el mío, si un tiempo se dispuso a comenzallo, fin dichoso dará, que en voz difusa éstos los versos son y ésta es la Musa. 7 Era violetas ya, lo que antes rosa, y alas de hielo, lo que ardiente paso, sobre quien acostó noche odiosa la carrera del sol que iba al ocaso, cuando los dos de mi pastora hermosa dieron su luz al horizonte escaso. Yo los miré, y el cielo, que los vía, volvió a lucir y comenzose el día, 8 por cuya luz de innmnerable smna, veloces más que el mismo pensamiento, con alado remar naves de plmna volvieron a surcar mares de viento, formando visos en lugar de espmna su no desalentado movimiento, y alegres alternando aquella salva, que por patrona se le debe al Alba. 9 Luego en la grama, estrado de la ve! hijas de Venus la violeta y rosa, una se ensancha y otra se despliega, y cada cual se vuelve más hermosa. También el mar, que el pájaro navega, medio calmó la inundación briosa, y por vía de halagos a las flores les sosacó los más de sus olores. 10 Luego se vio mover divina planta que amenidad brotó por cada orilla, mientras a su epiciclo se adelanta ésta, que es luna en pálida servilla, de cuyo acceso admiración fue tanta al ya que la contempla Najerilla, que abrir le hizo tras sus pies de nieve boca de perlas que cristales bebe. 11 Y alzando de sus urnas la cabeza, de verbenas y lirios coronada, bien fuese estimación de su belleza, o bien rigor de fuerza enamorada, como la dulce tórtola, que empieza a penetrar los vientos lastimada, en dulce son con labios de corales sembró por su cristal querellas tales: 12 "O tú, que agora por mi bien paseas la gran juridicción de este distrito y con tu blando respirar recreas mi grave padecer, que es infinito, dulce serrana, bienvenida seas, para reparo del mayor conflito que el ciego dios con flechas de diamante pudo imprimir en corazón de amante. 13 Después que con tu pie nevado y terso pisaste el suelo que el Abril colora, tumbose el so4 pasmose el universo, viendo volver a mi cristal la Aurora, y con esmaltes de color diverso, (bien que no tales) la dedálea Flora, por solo hacer retrato de tus flores, esta margen pintó de mil colores. 14 Estaba ya cubriendo a sus hijuelos, con alas de piedad toda dormida, desquitándose allí de mil desvelos que la tuvieron casi enmudecida, la dulce Filomena, a quien los cielos dieron más suavidad que alegre vida, cuando al sentir el Alba en tus madejas dejó sus hijos y empezó sus quejas. 16 Siguiéronse a la voz desta avecilla otras, que congregaron tus dos ojos, extendiéndose ya por nuestra orilla, donde el jazmín aún siente mis enojos. Sólo tu pecho, dura pastorcilla, es mármol frío, es ásperos abrojos, pues con tenerme esclavo el albedrío aún no quieres llamarte dueño mío. 17 Si es presunción, merezca este desprecio en recompensa ya piadoso estilo, que es para mi terneza el golpe recio, y para tanto amor severo el filo. y pues con mi cristal no tienen precio los que redundan del egipcio Nilo, estima mi deidad, y esta grandeza halle cabida en tu mayor belleza 18 que bien Endimión pudo villano y entre las selvas rústico vaquero, merecer de su amor gozar temprano, como sus brazos al primer lucero; que la luna, al mirarle tan lozano, no se curó del hábito grosero, antes de Latmia en la brefiosa cumbre mezcló con su sayal su blanca lumbre. 19 ¿Pues qué diré del ganadero Anquises? Mas pregúntale a Venus citerea, quién es el hortelano de sus lises o el pincel en el Ida de su idea. ¿Agrícola de mares no era Ulises? ¿Pues cómo de Calipso gozó dea? Mas cuando el ciego Amor dispara el oro, lo que menos se estima es el decoro. 20 Ni soy tan bajo yo, que bien pudiera tener entre los dioses cetro y silla, pues mientras ellos gozan de su esfera, yo rijo a su pesar tan ancha orilla, a donde, si tendió la Primavera alfombra nacarada y amarilla, es porque sabe que mis pies son tales que hollar merecen regios sitiales 21 Del Indio mar al Bósforo cimmerio, que sobre parda crin nieve sustenta, hasta donde vibró cristiano imperio la cruz sagrada, de su Dios sangrienta, saben que al Ebro, no más que al iberio golfo, de plata mi caudal aumenta con tanta copia, que alabarme puedo, que si mucha le doy, con más me quedo. 21 ¿Qué precioso metal pródigo envía al gran Tercero, del mayor segundo, el mineral, que Antártico lo cría para su diestra que sustenta el mundo, que no lo tenga mi campaña umbría, ya en lo más alto, ya en lo más profundo? Porque el oro que dan nuestras arenas no está, cual suele, repartido en venas. 23 Cien haces tengo de coral bruñido, todos labrados con aliño al torno, para quemar en honra de tu olvido sobre el altar de amor con grato adorno. Pues dime ¿qué serán los que el florido bosque marino me dará en retorno de haberle dado, para más aumento, a secas plantas, húmedo alimento? 24 De esmeraldas, zafiros y rubíes tengo en un camarín tan grande copia, que si lo ves, no es mucho que porfíes ser el público erario de Etiopia. ¿Pues qué, si de bordados carmesíes te muestro acaso mi vivienda propia? sin duda que dirás que sus cuarteles sufren la carga de cien mil doseles. 25 Sobre basas no al olio contrahechas sino robustas de diamante fijo firmes estriban, blancas y derechas, con molduras que causan regocijo, columnas de cristal, que fueron hechas por industria de artífice prolijo, más de seiscientas, y éstas son el homb que sustenta la máquina, y asombro. 26 Corona de amethista es la techumbI que en proporción se parte en artesones lagunares, que han sido de su cumbre como de mi deidad logrados dones, y para honor de tanta pesadumbre, de esmeraldas fijó tantos balcones, que te podré jurar, mi bien, que apenas se extienden en mi mar tantas arenas. 27 Últimamente es éste mi palacio, capaz de aposentar al gran Neptuno, donde, si quieres asistir de espacio, tendrás después de mil sirvientes, uno que cefiirá tus sienes de topacio, y si a tu honestidad no es importuno, él, por su mano -tal amor le mueve-, calzará de cristal tu pie de nieve. 28 Ninfas verás aquí blancas y bellas, que, aunque contigo no serán hermosas, podrán bien competir con las estrellas, tales son sus claveles y sus rosas. Éstas serán tus damas y doncellas, por ser muy serviciales y graciosas, -si tanto nombre pueden merecello-, blancas en rostro, verdes en cabello. 29 y si tuvieres de pisar espumas gusto tal vez, carrozas tengo, y tales que llevada serás de blancas plumas iguales en pureza a los cristales. Que aunque nuestra región no es la de Cumas, abunda tanto en estos animales, que, si por cisnes va, iuncir podría más de diez mil carrozas en un día. 30 Ven pues, serrana, ven y no te escondas, serás, con ser esposa de este río, Tetis feliz de las mejores ondas que vayan a dar lustre al mar umbrío. Mira que es justo que al amor respondas con dulce agradecer, no con desvío, antes que ese desdén y ese recato lleguen a padecer el plomo ingrato." 31 Dijera más, si no que de repente se volvió la región cual antes era, o más oscura que ébano de oriente, o negra más que mi pasión severa. Pero la luz que le negó a la fuente se la prestó al lugar, que ya la espera, al tiempo que su pie, blanco al miralle, decendiendo esta vez, pisó en la calle. 32 Quedó el amante desdeñado y tierno, en éxtasis mortal todo arrobado, y como el campo en medio del hibierno, el de su cara seco y agostado, hasta que con un jay!, del alma interno, rescate de su espíritu alterado, volvió de aquel letargo, y al no verla en agua se deshizo perla a perla. 33 Ya camina mi sol, dulces pastores, salid a verle; gozaréis sus rayos que están vertiendo aquí y allí mil flores a quien no perderán tibios desmayos. Salid, salid, veréis los dos Amores colgar de los claveles de sus mayos, que quien su labio viere o su mejilla, estimará por cuerdo al Najerilla. 34 El Alba así cuajada de arreboles no se mostró tan plácida y lozana, aunque recame bien sus tornasoles de aljófar blanco y colorada grana, como se muestra bella con dos soles, Aurora más feliz, nuestra aldeana un sábado a la tarde, que podría jurar que vio tres soles en un día. 35 Sobre túnica más que nieve pura yo vi pellico azul, que si no era del mar de su marfil vela segura, era a lo menos velo de su esfera, en cuya frente más que la blancura pude notar la proporción severa, pues dejado de ser brufiido espejo era el fiscal allí su sobrecejo. 36 Nube delgada por sus hombros lleva, que sombra mereció ser de su lumbre, de una tela, que el Betis hizo nueva para encubrir lo excelso de su cumbre, de quien el viento a despeñarse prueba, ya por inclinación, ya por costumbre, y haciendo globos del cendal sencillo, suele juntar su soplo a su soplillo. 37 Como hueco pavón, que al aire riza plumas, que del pastor fueron despojos, en quien sagaz Mercurio se desliza adormeciendo sus despiertos ojos, tal iba por la calle haciendo riza, ya suspendiendo, ya quitando enojos, ya dando al viento transparente y cano flores que se nacieron en su mano. 38 Con esta suavidad, con este brío llegó de su cabafia a los umbrales, habiéndose llevado el albedrío de mil amantes con sus dos corales, labios que al dulce pensamiento mío servirán de cadenas inmortales, si no es que quieran despertar desvelos, entre safia y desdén, rabiosos celos. 39 y sin hacer caudal de amantes penas, hijas bastardas de sus hebras de oro, que fueron casi más que tus arenas, Najerilla, y los llantos que yo lloro, se entró en las salas de su estancia amenas, templo de la beldad, aras que adoro, y ocultada su luz dorada y pía, volviose a continuar la noche fría.

Collection: 
1609

More from Poet

  • 1 Desdenes, que el amor de acíbar llena, destierran de tu margen, blanco río, a quien sin duda fue cisne en la pena, pues la supo llorar sonoro y pío. Pero si quieres hoy verle en tu arena, deja las ovas del retrete umbrío que por último vale a tus orejas, invía estas palabras y estas quejas. 2...

  • 1 Viniéronse a juntar Dafne y Dametas, pastor de cabras uno, otro vaquero, mientras las unas pacen inquietas y las otras el sol huyen severo, cuales por las roturas más secretas y cuales, al soplar cierzo ligero, por las amenas sombras distraídas, con paz gozadas, con piedad movidas. 2 Era...

  • 1 Los ciento que dio pasos bella dama, los mil que dio suspiros tierno río, siendo ella esquiva más que al sol su rama, y él, más que el sol amante a su desvío, yo cantaré, que amor mi pecho inflama, y no de Marte el plomo, cuyo brío en el vaciado bronce, resonante, venganza es ya de Júpiter...

  • 1 Perezosa estación de siesta grave, y más que siesta pluma no ocupada, que la batió otro tiempo vulgar ave, y agora mano apenas divulgada, me ocasionaron la que veis süave égloga culta, bien que desgraciada, generoso Señor, si en vuestro gremio no resucita su esperanza el premio. 2 No de aquel...

  • Quiero cantar de Cadmo, quiero cantar de Atridas: mas ¡ay! que de amor solo sólo canta mi lira. Renuevo el instrumento, las cuerdas mudo aprisa; pero si yo de Alcides, ella de amor suspira. Pues, héroes valientes, quedaos desde este día, porque ya de amor solo sólo canta mi lira.