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Porque al abrirse las puertas
Del misterioso ataúd
Hallan paz, vida y contento
Los que mueren como tú.
Zorrilla.
TIERNO botón que en el pensil florido
Tus matices apenas ostentabas,
Y en la rama flexible,
A impulso de las brisas odorantes,
Con muelle oscilación te columpiabas.
Virginea flor, purísima azucena
De los jardines del edén caída
Para endulzar de una llorosa madre
Tan solo un día de su triste vida.
¡Oh niña! fué la tuya transitoria
En el áspero erial del mundo vano,
Lo que en la mente de infeliz poeta
Una ilusión de gloria,
Que deja al fin al corazón insano.
Discurrió tu existencia
Como de Abril una mañana hermosa;
Como se posa en el humano pecho
El néctar del placer que deja al alma
Sumida en larga y bochornosa calma.
Pura, risueña, encantadora niña,
Emblema delicado de inocencia,
El mundo era un vergel en que yacías
De aromas regalado,
Con fuentecillas de alabastro tersas,
Con enramadas fértiles, umbrías,
Y al soplo perfumado
Del zéfiro suave
Los blondos rizos que tu sien velaban
Como el armiño blanca, se extendían
Por tus ebúrneos hombros torneados.
Los labios nacarados
Atentos con ternura
Al beso maternal que dulce, ardiente,
Sonaba en tu mejilla
Teñida suavemente
De rubor infantil con leve grana,
Cual la aurora al colorar temprana.
Adormida en pacíficos ensueños,
Regalada con plácidas caricias,
Feliz era tu vida;
Feliz, porque entre mágicas delicias.
El ángel tutelar de tu inocencia
Cubriendo con sus alas
La copa en que se liban los amores,
Iba regando con preciosas flores
La senda que seguías
En tus tranquilos, envidiables días....
De tí corría uraño
El pálido fantasma que amedrenta
Y llaman desengaño.
Las mil visiones de la mente loca
Con que nos brinda el mentiroso mundo,
Del genio huían de nevadas alas
Que á tu lado invisible te seguía
Con silencio profundo;
Y de su labio al aromado aliento,
Tu labio de coral se sonreía.
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¡Niña felíz! El angel cariñoso
Oue des tu cuna te veló risueño,
Nunca apartó su lampo refulgente
Con que alumbró tu sueño:
¡Oh, si por siempre con estrecho lazo
Pudiera estar unida
El alma del mortal á ese angel puro,
Dormir en su regazo,
Y confundir la vida con su vida!....
Mas ¡ay! que de la edad el vuelo triste
Aparta esa visión encantadora,
Y amor y pena, y sinsabores siente
El corazón en la ilusión demente.
Plugo á Jehová que, en tu infantil pureza,
Abandonaras el precario mundo,
Para que tu belleza
No se empañase al soplo envenenado
De las sin fin humanas desventuras,
Y fueras de sus célicas criaturas....
Y ya partiste, ¡oh niña venturosa!
Ya habitas la mansión del paraíso;
Y entre blancos querubes,
Entonas en las harpas melodiosas
De oro, con victoria,
Los eternales himnos de la gloria.
Te estoy viendo bullir á cada instante,
En torno de las gradas de diamante
Del trono en que la planta
Asienta el Hacedor del universo,
Gentil, alegre y pura
Como la brisa del jardín liviana,
Radiando de hermosura,
Entre arcángeles mil que con anhelo
Sostienen agrupados,
De púrpura exquisita
Y pedrería, el pabellón inmenso
En un confín del cielo,
Y allá entre nubes de sagrado incienso.
¡Oh! ruégale al Señor: dile que queda
En la tierra una madre desolada
Que llora tu partida....
¡La segúr de la muerte despiadada
Cortó tan tiernos lazos!
Y al huir, niña pura,
De sus maternos y amorosos brazos,
Las heces apuró de la amargura.
Dile que enjugue su copioso lloro,
Que calme su profunda desventura;
Y que un día felice, bendecida,
A tí se vea para siempre unida:
Esto dile al Señor. ¡Oh! tú, ángel bello,
Que so el excelso trono,
Entonas con victoria
Los eternales himnos de la gloria.