¿Leíste alguna vez allá en el Tasso La suave historia del jardín de Armida? ¿Del pájaro te acuerdas prodigioso De varias plumas y de rojo pico, Que con humana voz allí cantaba La vida del amor y de las rosas, Las rosas codiciadas De mil amantes y de mil doncellas, Para adornar con ellas La tersa frente o el mullido seno? ¿Recuerdas cómo el pájaro encantado Después con sabia lengua refería Cuál pasa y se marchita la lozana única flor que en la existencia crece, Y que apenas florece Cuando quema sus hojas el estío? ¿Recuerdas el dulcísimo consejo Con que acabó sus pláticas el ave? «Coged la rosa mientras dure el Mayo; Agotad el perfume de la vida Mientras hierve en el fondo de su copa La regia prez del oloroso vino; Recorred triunfadores el camino, Como en antiguas fiestas los mancebos, Corriendo en el estadio, se arrancaban Las sagradas antorchas de las manos.» Yo pienso, mi señora, Que el ave aquella, cuya estirpe ignoro, Alta filosofía Aprendió de otros pájaros doctores, Y aun de otras alimañas más obscuras, En Oriente y en Roma y en Atenas. ¿Quién me diera entender su algarabía Y declararte su sentido arcano? Dicen que Salomón le comprendía. Sólo sé que esa voz, detenedora Del mísero Reinaldo en la espesura Bajo el poder de la celosa maga, Era la voz de tórtola judía Que gime en el Cantar de los cantares; La voz de anacreóntica paloma Donde hasta el himno se transforma en beso; Del persa ruiseñor la melodía Que de Jafiz en el Diván resuena, Y hasta el chirrido alegre y discordante Con que alivia al cansado caminante La cigarra del Ática en estío. Es ley de amor que se revela al mundo, Y si ese amor invade Alma gentil de sus misterios digna, Espárcese en la vida un penetrante Lánguido aroma de azahar oculto, Y acuden en tropel los ruiseñores, Cantando sus amores, A anidar en el alma enamorada Y a celebrar sus inmortales bodas. Y hoy anidan en mí; pero uno solo Rompió su cárcel por buscar tu seno, Y no encontró calor y abatió el ala, Y encadenado gime Bajo el imperio de tu blanca mano Entre las redes de artificio sabio. Él te podrá contar en la alta noche Lo que nunca decir osó mi labio; Que él sabe mis ocultos pensamientos Y es docto, como el pájaro de Armida.
El pájaro de Aglaya
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