Flotante monte de macizo acero,
mandas, Iberia, a nuestra playa en vano,
rival del monstruo portentoso y fiero,
gigante emperador del océano.
No ha de valerle su feroz grandeza,
ni el nombre con que torpe tu arrogancia
quiso manchar la singular proeza
que eterna gloria mereció a Numancia.
Y si, anhelosa de vengar tus rotas,
los vastos senos de la mar invades
con fulminantes portentosas flotas
como nadantes bélicas ciudades;
verás que al pecho que el morir desprecia
ni un sólo instante en el pavor sumerges,
cual no le puso a la invadida Grecia
la hueste inmensa del altivo Jerjes.
Y los peruanos todos sus hogares
para esperarte dejarán desiertos;
y, cual segundos y vivientes mares,
inundarán las playas y los puertos.
Y aunque, dejando tu región vacía,
aquí tus muchedumbres trasladarás,
nunca nos vieras en la atroz porfía
rendir las armas ni volver las caras.
Y, uno luchando contra diez y ciento,
cual contra el Persa el espartano bando,
creciera en el peligro el ardimiento
y el ansia ardiente de morir matando.
Y ardiendo en sed de libertad y gloria,
sólo pusiera a nuestra lucha calma,
o el laurel inmortal de la Victoria,
o del Martirio la sublime palma.
Cuando venía la «Numancia»
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