Carta a mis amigos de Santander

¡Al fin llegaron... desde el turbio Sena Que la varia y gentil ciudad divide, Metrópoli lodosa de Juliano, Hasta los montes de Cantabria invicta, Último escollo del poder latino! ¡Qué dicha, qué placer, cuánto tesoro! ¡Gracias, amigos! Ya mi estante oprimen Volúmenes sin cuento; ¡qué delicia Es recorrer sus animadas hojas! ¡Cómo a la mente atónita resurgen Los inmortales de la edad helena! ¡Cómo habla la belleza en esos libros, Llenando de deleites y memorias El alma henchida de estupor sagrado! Si el pagano escultor sintió animarse La piedra que él en diosa transformara, Y la sangre serpear entre las vetas Del pario mármol, y espirar los ojos Lumbre de vida, y rítmica palabra De sus labios salir, y el pecho alzado En onda de suspiros agitarse, Y los brazos tenderle -¡insigne premio Al vencedor artífice de Atenas!- Tal siento palpitar eterna vida Entre las muertas hojas de esos libros, Del tiempo y la barbarie vencedores, Que hora vuestra amistad pone en mi mano. Ved... Homero está aquí... bélico estruendo Del Escamandro en las riberas suena; Teucros y Dánaos, cual espesas moscas En torno de la leche, la llanura Invaden con sus carros; allí Aquiles, El de los pies ligeros, raudo vuela, Agitando fatídicos corceles. Las troyanas esposas desde el muro Con horror le contemplan; solo Héctor Combatirá por el Ilión sagrado; Miradle traspasar la puerta Scea; Andrómaca, bañada en risa y lloro, En brazos lleva al pequeñuelo infante, A quien asusta el yelmo empenachado De su padre feroz. ¡Ved cómo arroja Fuego voraz a las aquivas naves! ¡Ved cómo estrecha el suplicante Príamo Del ya piadoso Aquiles las rodillas, Y cómo lleva a sus ancianos labios La mano matadora de sus hijos! ¡Pues qué, si de la plácida Odisea Vago feliz por los amenos bosques!... Allí portentos de la docta Maga, El Cíclope sin luz, y los vergeles De Alcino, y de la gruta de Calipso El umbroso frescor; allí la lucha Del mañoso Itacense con los vanos De la casta Penélope amadores, Que en balde el arco manejar querían, Por la diestra fortísima doblado Del hijo de Laertes. ¡Y qué escenas De hospitalaria paz bajo los techos Del viejo Néstor y del rey de Esparta! ¡Qué Elena tan gentil, ya redimida! ¡Salve, padre inmortal, eterna fuente De cuanto bello el arte ha concebido! De tu sol un reflejo centellea Del jonio mar en las risueñas ondas El mármol del Pentélico ilumina, Resplandece en el ágora de Atenas, Y el Cronios rey de tu cantar augusto A Fidias sirve de ejemplar sereno Para labrar la olímpica cabeza. ¿Y quién agotará su cauce al río? ¿Quién podrá enumerar los que se alzaron Líricos vates, del sagrado suelo Bañado por las ondas de armonía, Que de la voz de Homero se desatan Para fecundizar los campos griegos? Apagadas cenizas sólo quedan De la llama de Safo, ora a Afrodita Quiera ablandar con métricos halagos Porque a sus brazos al infiel conduzca, O ya en ardiente, voladora estrofa, El fuego exhale que en sus venas corre, Cuando contempla a aquel mortal dichoso, A los eternos dioses semejante, Que mira frente a sí reír su amada, Y dulcemente hablar. ¡Y cómo vuela La oda triunfal de Píndaro, y corona De lauro inmarcesible al noble púgil Que huella invicto la palestra Elea, Entre el polvo de férvidas cuadrigas Y los aplausos de la doria plebe, Infundiendo las Gracias de Orcomeno A sus miembros vigor y gallardía! Y no de ungido luchador tan sólo La gloria canta, mas de su linaje Y su pueblo también; que la oda inmensa En hilo de oro engarza tierra y cielo, Vuela del agua al sol, del sol a Jove, Y oráculo de pueblos y Sibila, De la justicia y sobriedad las leyes Grata pronuncia en vividores versos. Venid a mí, despedazados torsos De estatuas inmortales: rotos himnos De Aleco, de Estesícoro y Simónides, Donde aún alienta el genio en cada sílaba; Dísticos vengadores de Tirteo, Que del duro Lacón el pecho inflaman En la feroz mesénica contienda; Y templen tal horror con dulce halago, El himno de Baquílides suavísimo, O la voz grave del anciano ascreo, O el canto pastoril siracusano, O un enjambre de abejas desprendidas De la hiblea antológica colmena. Mas ya al corvo teatro resonante Me parece asistir; encadenado Miro al Titán filántropo en la roca Su cólera exhalando contra Zeus En impotentes voces, mientras Io Mísera vaga por la ardiente arena, Y el coro de las Ninfas Oceánidas A tan recio dolor no halla consuelo. Ved, bañado está en sangre el de Micenas Alcázar opulento; de Casandra La fatídica voz alzarse escucho; Sigo temblando al parricida Orestes, Cuando aún la sangre cálida gotea De su madre infeliz y las Euménides No abandonan su umbral, siempre entonando El coro vengador; él, perseguido Por los terrores de conciencia inicua, De gente en gente vaga; sólo encuentra Juicio y perdón cabe el altar de Palas. Que no el choque brutal de las pasiones Se limita a pintar el arte heleno; Queda en el fondo del oscuro vaso Una gota de miel; todo lo templa La voz solemne del antiguo coro. Religiosa emoción la mente embarga, Al ver a Edipo ciego, desterrado, Su carrera expiatoria ya cumplida, Penetrar en el bosque de Colona, Y hacer sagrada con la tumba suya La ática tierra. ¡Imágenes risueñas De la tragedia griega, castas vírgenes, Antígona, Ifigenia, Polixena, Que al dar el cuello al sacrificio infando, Sólo el morir tan jóvenes sentíais! ¡Cuál resplandece la verdad humana En esas puras frentes! ¡Cómo sabe Eurípides mover los corazones, De la cautiva Andrómaca al lamento, O a los furores de la Colquia maga! ¡Cuál se despide moribunda Alceste! ¡Qué hondo terror infunde en las Bacantes El ulular de la nocturna orgía! ¡Coros de nubes y graznar de ranas, Chistes inmundos, mágico lirismo, Comedia aristofánica, que adunas Fango y grandeza, y buscas en las heces De lo real lo ideal! La suelta danza De tus alados hijos me circunde, Que nunca el ritmo ni la gracia olvidan Aun en sus locos, descompuestos saltos. ¡Espíritus alegres, cuán distintos De las negras terríficas visiones Del yerto septentrión, donde el fermento De insípida cebada, en las cabezas Sombras y pesadez va derramando! ¿Quién fantaseó de griegos y teutones Sacrílego consorcio? Entre la niebla De las ásperas cumbres hiperbóreas, Y este radiante sol que a nuestros campos El don prodiga de la rubia Ceres Y de Falerno el otoñal racimo, ¿Quién las paces hará? ¿Quién podrá a Elena Con el Fausto casar, que imaginaba El Júpiter de Weimar? Siempre ansiosos De tierra más feraz, al mediodía Los Bárbaros descienden; en buen hora Que de nuestros despojos se enriquezcan, Mas no el rudo cantar de sus montañas Al canto de las Piérides igualen, Ni su filosofar caliginoso A aquella antigua, plácida Sofía, Que del divo Platón en el Convite Alzó la mente a contemplar el rastro De la eterna belleza, y a expresarla Cual nunca la expresó lengua nacida. Esa Venus Urania, siempre joven, Que si, al sepulcro descender pudiera, Otra vez del sepulcro se alzaría, De juventud radiante y de hermosura, Por la voz de Demóstenes hablaba En el tumulto del hirviente foro; Del cándido Herodoto se envolvía Entre la ingenua, desatada prosa, Y en el seco, nervioso y penetrante Estilo de Tucídides; posaba De la abeja del Ática en los labios La pura esencia de las jonias flores. Ella enmeló las flechas de Luciano, Y hasta el sobrio y severo Estagirita, Déspota rey de la conciencia humana, Culto y aras le dio. ¡Las Gracias llenen, Amigos, vuestra mente con sus dones; Las Gracias, compañeras de la vida, Por fácil lleven y apacible senda, De flores adornada, vuestros pasos! Ni me olviden a mí. Yo el don precioso Que de vuestra amistad hora recibo, Conservaré con diligente estudio, Y el revolver los inspirados folios Traerá a mi mente la memoria grata De los caros amigos donadores. ¿Cómo olvidar a ti, que en rica prosa, Del áureo siglo el esplendor renuevas; Ni a ti, cantor del Anahuac ingente, Cual sus bosques espléndido y lozano; Ni a ti por quien El Tuerto y Tremontorio No envidian de Cervantes los pinceles; Ni a ti que riges la edilicia vara, No sin dolor de las sagradas Musas, Un tiempo enriquecidas de tus dones, Desiertas hoy; ni a ti que a Víctor Hugo Cubriste fiel con peregrino manto, Tejido de colores y armonías, Volviendo a España el oriental tesoro, Que él al Sena llevó; ni a ti que guardas Con docto afán, en codiciado archivo, De la vieja Cantabria los anales, Y en rancios pergaminos escudriñas Las olvidadas montañesas glorias; Ni a vosotros, mis dulces compañeros En estudioso afán; ni a los sagaces Del comercio fructífero ministros, Por quien nuestra ciudad es rico emporio De los tesoros de la mar de Atlante? ¡Salve, reina del mar, Sidón ibera, Puerto de la Victoria apellidada Por el romano triunfador Augusto, Cuando del fuerte cántabro imponía El yugo a la cerviz! ¡Puerto sagrado Por las cabezas que en tu templo guardas! Crezca en gloria y poder el pueblo tuyo, Dilátense tus muelles opulentos Y traigan tus alígeros bajeles, En cambio al trigo que te da Castilla, De la tórrida caña el dulce jugo, O del café los vigilantes granos, O la hoja leve que en vapores sube Y como la esperanza se disipa. Y no olvides jamás, patria adorada, Que fueron, como tú, de mercaderes Cuna y albergue Rodas y Florencia; Recuerda que el Magnífico Lorenzo No fue educado en el feudal castillo Que alzó el señor germano entre las ruinas De la inmortal, helénica cultura, Sino en la abierta, florentina lonja; Y de aquel mercader so el regio manto Medró la ciencia, sublimose el arte; La lámpara platónica encendida Tornó a brillar en manos de Ficino Y del latín en las marchitas frases El alma juvenil de Policiano Supo infundir calor y nueva vida. Recuerda que togados mercaderes, Los que sus leyes al Oriente dieron, Cuando temblaba la imperial Bizancio Del león de San Marcos al rugido, Ardieron en la misma noble llama. Para ellos los Paladios y Bramantes Alcázares suntuosos levantaron Orillas de la adriática laguna, Y del ducal palacio en las techumbres Torrentes de color vertió Ticiano. Que no el amor del oro allí extinguía Del genio vividor la pura llama, Ni ha de apagarla en ti. Con larga mano Premia el ingenio y al saber ayuda, Ni ingenio ni saber en mí premiaste; Sólo el intenso amor irresistible, Que hacia las letras dirigió mis años, Y aquel amor más íntimo y potente A mi dulce Cantabria, tierra santa, La tierra de los montes y las olas, Donde ruego al Señor mis ojos cierre, Sonando, cual arrullo en mis oídos, Lento el rumor de su arenosa playa.

Collection: 
1876

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