EN blanda cuna mecido,
Por mis padres arrullado,
Vine á este mundo florido,
De placeres circuído
Y á llorar predestinado.
De mis años infantiles
Las dulces horas pasaron,
Pasaron ya los abriles
Y las rosas se secaron
De mis risueños pensiles.
Esa edad tranquila y pura,
Esa aurora de ventura
En que vaga el tierno niño
Con la custodia segura
Del acendrado cariño.
Esa edad de la inocencia
En que se guarda la esencia
De la paz y del candor,
Y en que corre la existencia
Como arroyo sonador.
Edad de puras caricias
Y de goces sin segundo,
Venero de amor, fecundo,
De inagotables delicias
Con que nos halaga el mundo.
Edad en que tiene el cielo
Tendido el zafíreo velo
Para gozarnos en él,
Y en que esconden en el suelo
Los desengaños su hiel.
Edad en que tiene el viento
Murmullos halagadores,
Aromas gratos las flores
Y apacible movimiento
Los arroyos bullidores.
Las aves trinos canoros,
Los lábios dulces sonrisas,
La naturaleza coros,
Murmullos blandos las brisas
Y las caricias tesoros.
Esa edad encantadora
En que el ánima atesora
Tanto plácido embeleso:
Una dicha en cada hora,
Una vida en cada beso.
Esa edad ¡destino impío!
Pasa como pasa el viento,
Que se extiende en el vacío.
Como las ondas del río
Que se desliza violento.
Huye, sus ligeras huellas
Se disipan lentamente
Cual se borran las estrellas
Cuando va á alumbrar en ellas
La luz del rosado Oriente.
Y allá dentro el pecho tierno
Que abrigó tan pura calma
Hay un sentimiento interno,
Hay un fuego que á un infierno
Arroja después al alma.
Y así como al limpio cielo
Enviaron los aquilones
Los revueltos nubarrones,
Cubre á la razón el velo
De las férvidas pasiones.
Y como la linfa pura
De la fuente que murmura
El negro cieno empañó,
Así el alma en su ventura
Su diáfana luz perdió.
Y aquellos sueños dorados,
Y aquel anhelar secreto
De goces tan delicados,
Y aquellos juegos preciados
Do está el corazón tan quieto.
Volaron ¡ay Dios! volaron
Cual aves que se espantaron
Del vergel de la inocencia;
Que negras se presentaron
Las penas de la existencia.
Como si entre frescas rosas,
Entre acacias y mimosas,
Viera en agradables huertos
Esas formas espantosas
Del chacal de los desiertos.
Y en el tranquilo horizonte,
Do la aurora se meció
Y su tibia luz mandó
Sobre la cima del monte,
El huracán se agitó.
Y entonces el pecho siente
Una sed devoradora,
Y cruza por nuestra mente,
Risueña, resplandeciente,
Una visión seductora.
Delira el alma y al fin
Un hermoso serafín
Nos brinda con los placeres:
Penetramos al festín
Y amamos á las mujeres.
El amor y la armonía,
El vino con sus excesos,
Al alma loca desvía;
Las danzas y la alegría,
Las caricias y los besos.
Y van corriendo veloces,
Como las ondas sonoras,
Las horas tras de las horas
En medio de muchas voces
De placer murmuradoras.
Hasta que de gozo henchido
Siente el corazón la pena,
Y de cansancio rendido
Hay en el pecho escondido
Tósigo que lo envenena.
Se siente luego el desvío
Y la molicie y la duda
Clavando saeta aguda,
Y en desgarrador hastío
El dulce placer se muda.
Incomprensible vaivén
Entre el placer y el tormento,
Sueños de encantado edén,
Pero que encierran también
El gérmen del sufrimiento.
Vaga impresión que la mente
Halaga y al alma envía
A surcar tranquilamente
El íris resplandeciente
De la férvida poesía.
Misterio grato, visión
Blanda y halagüeña y pura,
Présaga de la ventura
Que encubre con la ilusión
El cáliz de la amargura.
Jazmín que naces ufano
Y que te meces galano
En ese vergel frondoso...
¡Ay! al tocarte, la mano
Siente el áspid venenoso.
Genio ciego, incomprensible,
Que adormeces la razón
Para saciarle insensible
En el tormento terrible
De este pobre corazón.
¡Quién pudiera adivinar
Al través de esa ilusión.
Que al erigir un altar
A la mujer, hay que dar
A un infierno el corazón!
Porque es muy triste ¡Dios santo!
Posar la mano en un cielo,
A la mujer amar tanto,
Y al fin, verter nuestro llanto
Sobre un corazón de hielo.
No pensar que en los dolores
El alma tal vez sucumba,
Embriagarse en los amores
Y... arrojar fragantes flores
Sobre el mármol de una tumba.
Porque en medio del placer
Y de la dulce afición,
Con las memorias de ayer
¡Ay! nos viene á sorprender
La triste meditación.
Y entonces vemos ¡Dios santo!
¡Cuánto deliramos, cuánto,
Con pueriles devaneos,
Con insensatos deseos
Que ahora nos llenan de espanto!
Sí, porque todo perece
En este mundo fatal,
Porque todo nace, crece
Y en el dilatado erial
De la nada desparece.
Porque no hay una ilusión
Ni un momento de ventura
De que goce el corazón,
Sin su amarga decepción,
Sin siglos de desventura.
Y cuando á la mente asombra
Desgarrador pensamiento
De que en la florida alfombra,
Que piso, pára una sombra
Que está anunciando el tormento;
Cuando he penetrado ya
De la vida halagadora
En el sendero, quizá
Pensando en el más allá
Que me espanta á cada hora;
Cuando en la noche callada,
Al ronco sonar del viento,
Se oye del reloj violento
La lúgubre campanada
Con pausado movimiento;
Cuando fijamos la vista,
Llenos de siniestro pasmo,
En el reloj, se contrista
El alma que en frío marasmo,
Toma el febril entusiasmo;
Cuando en negra desazón,
Y en fastidiosa ansiedad,
Me grita ¡ay Dios! la razón
Que es cada año ¡oh condición!
Un paso á la eternidad!
Vosotros con vuestras risas,
Con vuestra dulce alegría,
Me estais dando tantas prisas
Porque no sienta las brisas
Que gastan la vida mía.
Quereis que no piense ahora
En que la vida se pierde,
Que se muere hora por hora,
¡Ay! querer que no recuerde
¡Verdad desconsoladora!
Mas mientras viene el helado
Viento de la adversidad,
Gocemos hoy sin enfado,
Que no importa que haya dado
Un paso á la eternidad!