Honra mis lares, cariñoso amigo,
y pues la lluvia tan tenaz se muestra,
ven, de la lumbre al amoroso abrigo,
a hablar conmigo de la patria nuestra.
Ven, y recuerde nuestro labio amante
su siempre puro transparente cielo
a quien no cubren el azul semblante
jamás las nubes con opaco velo.
Y mientras nuestra vida prisionera
hiela y hastía el europeo invierno,
soñemos la constante primavera
y la dulzura de su Abril eterno;
sus campiñas, magníficos jardines
que flores cuentan cual su cielo estrellas;
sus mujeres, humanos serafines,
tan puras y sensibles como bellas.
Hablemos de la espléndida riqueza
que darle plugo a la bondad divina
para que ornara su sin par belleza
y no discordias le trajera y ruina.
Hablemos del amor del océano
que arrulla y acaricia su ribera,
y en nombre y olas le presenta en vano
de la paz una imagen placentera.
¡Ay! que al hablar de nuestro suelo amado,
tardar no puede la filial tristeza,
y al recordar su doloroso estado,
en llanto acaba lo que en risa empieza.
Mas, esquivando tan prolijo duelo
que el tierno pecho a resistir no alcanza
hoy remontemos nuestro libre vuelo
en alas de la mágica esperanza.
Y huyendo sus presentes amarguras
y sus discordias bárbaras e impías,
soñémosle grandezas y venturas
en los futuros suspirados días!
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