Aunque de corte innúmera seguido,
el orgulloso Amor, tu bello hermano,
contigo aspira a competir en vano:
es grande, milagroso su poder;
mas, con poder igual, mayor pureza
asegura tu triunfo esclarecido,
que él no rompe los lazos del Sentido
ni las dulces cadenas del Placer.
Mas nunca logra en ti, divino afecto,
el Sentido mezclar impura parte;
y desde aquí el mortal al contemplarte,
comprende cómo, en la ciudad de Dios,
se ama la noble angelical familia,
que, creada sin sexo diferente,
de un sólo afecto en la pureza siente
lo que siente el mortal partido en dos.
Con la más lenta dilatada vida
tu duración y tu firmeza igualas,
que tú no tienes las inquietas alas
con que Amor siempre fugitivo fue:
cual clava de alta cumbre en dura roca
hondísima raíz roble gigante,
en base de granito o de diamante
así tú arraigas el inmóvil pie.
Cual tal vez al Amor, duda no enturbia
a ti jamás, ni veladores celos;
tú, inmóvil y tranquila cual los cielos,
él, mudable o inquieto como el mar:
tú, siempre en un semblante permaneces,
y él, cambiando a cada hora de semblante,
es tal vez aún al Odio semejante
que también, al morir, suele engendrar.
Ya de ilusión y de esperanzas lleno,
di al crudo Amor mis juveniles años;
mas amarguras sólo y desengaños
en su pérfida corte coseché:
harto por larga prueba escarmentado
de sus ansias y celos y pesares,
vengo, oh Diosa, a tus plácidos altares
a ofrecerte mis votos y mi fe.
(1865)