A Elena

¡Cuán vivamente anhelo
contigo hallarme a solas, sin testigo!
Mas apenas ¡ay cielo!
un instante consigo
quedarme solo faz a faz contigo;
Súbitamente olvido
¡cuanto decirte mi pasión quería;
en lánguido gemido
fenece la voz mía;
y tú me ves indiferente y fría!
Empaña negra nube
mis ojos, con tu luz deslumbradora;
ora a mi rostro sube
roja vergüenza, y ora
amarillez de muerte lo colora;
Me ahoga la congoja;
tiemblo como del cierzo a los furores
tiembla la débil hoja,
o cual las leves flores
se doblan en los tallos tembladores.
A compasión mi estado
te ha de mover o a risa: ¡trance impío!
y maldiciendo airado
el poco valor mío,
confuso de tu lado me desvío.
De mi amoroso fuego
por señales clarísimas testigo,
si con la voz lo niego,
búrlase algún amigo
porque nunca cobarde te lo digo.
Cual suele, lo murmura
hasta la extraña maliciosa gente:
mi amorosa locura
a todos es patente:
Tú, su causa, la ignoras solamente.
o si la sabes, muestra
tu indiferente rostro que la ignoras:
¿No sintió ayer tu diestra
mis manos tembladoras?
¿No habla de amor mi faz a todas horas?
¿Harto no te declara
mi palidez y súbitos sonrojos?
Aunque la voz callara,
¿no dije mis enojos
con el idioma mudo de los ojos?
Hermoso ramillete,
matizado de vívidos colores,
fue tal vez el billete
donde escribí con flores
la vana confesión de mis amores.
¡Y en sus alas ligeras
usurpándome glorias y alegrías,
sin que entenderme quieras,
huyendo van los días
que tú encantarme con tu amor podrías!

(1858)

Collection: 
1855

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