Eres bella y elegante
y tu alma extravagante
en amar no se marchita;
gozas la dicha completa.
Dios no te hizo tan coqueta
al hacerte tan bonita.
Brotan lujuriosas luces
de tus ojos andaluces
y de tu pelo africano,
y eres como una musmé
cuyo diminuto pie
caber podría en mi mano.
Tienes los labios de fresa
y las manos de abadesa;
son tus mejillas de grana,
y hasta en tu voz argentina
eres la mujer divina
con alma de cortesana.
Tu maldad no se adivina,
tu roja boca fascina
para asesinar después,
y es una flor de granado
que al besar, ha envenenado
al que lloraba a tus pies.
Yo te amé por tu elegancia
y por la rara fragancia
de las rosas de tu ser;
por tu traje azul turquesa,
por tu sangre de duquesa
y tu crueldad de mujer.
Eres una triste rosa
cuya esencia ponzoñosa
marchitó mi corazón,
y hoy me queda la tristeza
de contemplar tu belleza
y recordar tu traición.
Quizás comprendas mañana,
princesa esquiva y liviana,
la agonía de emoción
de aquel ingenuo amor mío
que murió yerto de frío
debajo de tu balcón.
¡Qué grato sería amarte
y entre los labios besarte
si tu espíritu tirano
fuese bondad, luz y calma;
si tú tuvieses el alma
tan blanca como la mano!
Prodiga el amor mortal
que me hirió como un puñal
con tu gracia de musmé,
y al amante hazle traición,
pues tienes el corazón
tan pequeño como el pie.