Con un blando rezongo soñoliento
el perro se amodorra de pereza,
y por sus fauces el esplín bosteza
la plenitud de un largo aburrimiento.
En la bruma de mi hosco abatimiento,
como un ratón enorme la tristeza
me roe tenazmente la cabeza,
forjándole una cueva al desaliento.
Lleno de hastío, al mirador me asomo:
un cielo gris con pesadez de plomo
vuelca su laxitud sobre las cosas ...
Y porque estoy así, fatal, envidio
y deseo las dichas bulliciosas,
las ansias de vivir... ¡Ah, qué fastidio!