¡Salve, divina emperatriz del cielo,
Como la gracia pura,
Mística luz de paz y de consuelo,
Tesoro de hermosura!
¡Salve, limpio fanal resplandeciente
De donde el sol fecundo
Toma su luz para lanzarla ardiente
Al adormido mundo!
¡Salve otra vez! ¡mil veces salve, oh fruto
Del grande pensamiento
Más bello del Señor! débil tributo
Te da mi acatamiento.
Permite, ¡oh diva, celestial María
Que tu pureza cante,
Que desde el mundo triste la voz mía
Con júbilo levante.
Porque en el coro fiel de tus loores,
Cual la naturaleza,
Tienen voz en el mundo los cantores
Y amor y fortaleza.
Que al himno universal que te saluda
Si nace ó muere el día,
No hay un acento que á formar no acuda
Torrentes de armonía.
Los suspiros suavísimos del viento
Que murmullos levanta;
Ó las vibrantes notas de contento
Del pájaro que canta.
Los ecos que recorren vagarosos
Las peñas de las lomas,
Los rumores del campo misteriosos,
La voz de las palomas.
El dulce arrullo de la inquieta fuente
Con espumas de plata,
El río fugaz, el rápido torrente,
La ronca catarata.
Desde el estruendo de la mar crecida
Hasta el zumbido leve
Del insecto que en la hoja desprendida
Con lentitud se mueve;
Todo, Señora, todo cuanto abarca
El valladar del mundo,
Tu alma pureza inmaculada marca
Con júbilo profundo.
Por eso yo, cantor abandonado,
Medroso é importuno,
A ese dulce concierto regalado
Mis cántigas aduno.
Que si laxas las cuerdas de mi lira
No dan sublime acento,
Con fé en el corazón la mente inspira
El místico portento.
Porque al negar tu luz, réprobo altivo,
Desenfrenado miente;
Cual si osara negar el rayo vivo
Del sol, que mira y siente.
Yo no, que ante esa tu pureza suma
Prostérnome rendido,
Y grande admiración mi mente abruma,
Me siento conmovido.
Yo no, que ciego ante la inmensa ciencia,
Se inflama la fé mía:
El soplo del Señor te dió existencia
Y te llamó María.
Jamás el mismo Dios otro portento
De gracia y hermosura
Concibió, ni en el limpio firmamento
Hay estrella más pura.
Cuando vió Nazareth entre sus flores
A la hija de la anciana.
Contuvieron los mares bramadores
Su fuerza soberana.
Las brisas, respetándola, plegaron
Sus alas rumorosas,
Y del cáliz purísimo exhalaron
Aromas mil las rosas.
Los mundos, de placer estremecidos
Con asombro la vieron...
Los siglos en la nada removidos
El porvenir leyeron...
En el cielo los ángeles en coro
¡Hosana! repetían,
Sobre nubes riquísimas de oro
¡Pura será! escribían.
Y pura fué por ley del Increado,
Casta, inocente, santa,
El monstruo abominable del pecado
Humilló con su planta.
Y no pudiendo hacerla la serpiente
De su poder esclava,
Al abismo tornóse, é impotente
Gimió la turba prava.
Ley sábia fué; que si Jehová reside
En trono de diamante
De alto poder al pensamiento impide
Penetrar un instante;
¿Cómo el Hijo de Dios que allá tornara,
Tener pudo otro seno
Que el de María, que jamás manchara
De la culpa el veneno?
Cuanto hay dulce en la paz y en la esperanza
Cuanto hay de grande y bello
Tu nombre guarda; que de eterna alianza
Es el eterno sello.
De tu divino aliento embalsamado
Tres ángeles nacieron,
Que un rayo de tu luz han conservado
Desque al mundo vinieron.
Pureza, Castidad, dulce Inocencia,
Sus nombres son preciados:
Y sin tí se ofuscara su existencia
Del ánima ignorados.
En tu aliento raudal de fé sincera,
De mística poesía,
Y tu amor es la fuente verdadera
De la virtud, María.
Por eso de los cielos moradora
En melodioso coro
Te ensalzan los arcángeles, Señora,
Con cítaras de oro.
Y en tu sublime magestad al mundo
Contemplas á tus plantas,
Que te dirige con amor profundo
Y fé, sus preces santas.
¡Ah Vírgen pura que en el alto cielo
Moras al lado del Señor, el llanto
Benigna escucha que fecunda el suelo,
Concede al triste que emprendiendo el vuelo
Vaya á besar las orlas de tu manto.