Muere el sol. Los pesqueros sobre sí se repliegan.
El mar vinoso y áspero yergue su crin bravía.
Y ellos, graves, indagan la móvil lejanía
del ponto levantisco... ¡y las barcas no llegan!
Las cabañas desiertas en la playa aldeana
demacradas, se agrupan, como salvajes hordas.
... ¡Y pensar que zarparon con el sol en las bordas
cuando sus hebras de oro trenzaba la mañana!
Las redes del crepúsculo sobre el mar se despliegan
turbias y presagiosas... ¡y las barcas no llegan!
Arisco, muge el viento con su broncínea voz.
Sobre el acantilado se recortan, sañudos,
los perfiles marinos, escrutadores, mudos.
Si volverán las barcas... sólo lo sabe Dios!