A Luzbel

¡Cuánto de lo que fuiste eres diverso!
Ya del celeste Emperador privado,
a las dulzuras de tu ardiente verso
el sumo oído suspender fue dado:
hoy te oprime el destino mas adverso
y el más abyecto miserable estado:
que, en la balanza del Señor medida,
iguala a tu grandeza tu caída.
Tú fuiste la más bella criatura
que animó la largueza creadora;
no igualaba la luz de tu hermosura
ni la estrella, del alba precursora:
mas hoy es copia de la noche oscura
tu blanco rostro que afrentó a la aurora,
y hórridas sierpes son los rizos bellos
que del sol eclipsaron los cabellos.
A tu cambiado espíritu conforme
hoy se muestra tu faz: no hay aterrante
nocturno sueño que el semblante forme,
que se iguale al horror de tu semblante:
el hondo sello de tu culpa enorme
hace, maldito, que aún a ti te espante,
cuando en los lagos del Infierno rojos
le ven tal vez a su pesar tus ojos.
Que con ingrato corazón perverso
y orgullo insano, pretendiste osado
la corona ceñir del universo
y disputar a Dios el principado;
pero tu bando, en confusión disperso
y al abismo infernal precipitado
por la diestra de Dios fulminadora,
castigo alguno ni tormento ignora.
Mas no es el fuego que, cual rojo, ardiente,
eterno manto tus espaldas viste,
lo que con más crudeza, eternamente
hace tu suerte tan amarga y triste;
no a tu memoria sin cesar presente,
el recuerdo inmortal de lo que fuiste,
y en perenne tormento convertido
el bien pasado y el placer perdido.
No: lo que más te aflige y atormenta
es del orgullo la incurable herida
que hace, con boca sin cesar sangrienta,
eterna muerte de tu eterna vida;
de tu derrota la rabiosa afrenta,
que ni un instante tu soberbia olvida,
y que tu pecho, con suplicio interno,
trueca en segundo más horrible infierno.
Y ante esa pena que tu mal consuma,
y que tu orgullo rumiador devora,
son nada las demás con que te abruma
la celeste venganza triunfadora:
sólo castigo a tu soberbia suma
es ver que a Dios el universo adora,
y cuánto dista tu ambición demente
de su inmensa grandeza omnipotente.

Collection: 
1855

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