¿No te da tristeza? Bueno,
a mí no sé qué me da...
¡Se van los viejos! Los pobres
poquito a poco se van.
Y se van tan despacito
que ni lo sienten, ¿será
el consuelo de saber
que se habrán de ir en paz?
¡Ah, todo es inútil: nada
los detendrá. ¿Pasarán
este otoño, o el invierno
otra vez los hallará
contándonos por las noches
cosas de la mocedad?
Y cuando no estén, ¿durante
cuánto tiempo aún se oirá
su voz querida en la casa
desierta?
¿Cómo serán
en el recuerdo las caras
que ya no veremos más?
¡Qué ya no veremos!... Nunca
se te ha ocurrido pensar
en el silencio que dejan
aquellos que se nos van?
Y en nosotros mismos, piensas
alguna vez, ¿es verdad?
En nosotros, que también
nos tendremos que callar.
Cuando nos llegue la hora
como a los viejos, ¿habrá
para nosotros la dulce
confortación familiar
que tanto alivia? ¿Qué labio
piadoso nos besará?
¿Nos sentiremos muy solos?
¿Y nos iremos en paz?