Las cautivas de Israel

I
Junto a los ríos de Babel sentadas,
fijos los tristes ojos en el cielo,
al acordarse de, su patrio suelo,
lloraban las cautivas de Israel;
y al ver volar en el azul espacio
las aves de la tarde plañideras,
«id, les decían, dulces mensajeras,
»y llevad nuestros votos a Salen:
»saludad por nosotras esos campos
»donde natura prodigó sus galas,
»¡ah! quién tuviera vuestras libres alas,
»para partir de vuestro vuelo en pos
»felices las que van, como vosotras,
»a ver de nuestra infancia los hogares!
»nunca se calmarán nuestros pesares
»hasta pisar la tierra del Señor.»
Y así diciendo, las cautivas míseras
las seguían con lánguida, mirada,
y mil recuerdos de la patria amada
agitaban sus mentes en tropel;
y cuando las veían alejarse
del moribundo sol a los reflejos,
y entre las negras nubes, a lo lejos,
las miraban al fin desparecer,
bajaban silenciosas la cabeza,
se cubrían el rostro con las manos,
y después exclamaban: «Señor, danos
»volver a nuestra patria alguna vez.»
Y como si el dolor más las uniera,
se abrazaban llorando con ternura;
¡Quién librará la turba prisionera!
¡Cuando a sus campos volverá Israel!
Y se quedaron luego anonadadas
en el silencio triste del recuerdo,
fijas las melancólicas miradas
del sordo río en el raudal veloz:
pero se levantaron de repente,
de vértigo divino poseídas,
e irguiendo al cielo la inspirada frente,
alzaron este canto de dolor:

II
«Nos sentamos orillas de estos ríos,
»y lloramos pensando en nuestro suelo
»y en ese verde campo, en ese cielo
»llenos del esplendor de Jehová:
»y hemos colgado nuestras dulces harpas
»de los sauces que cubren la ribera,
»que la mano cautiva no pudiera
»sino sones dolientes arrancar.
»Cuando los que cautivas nos trajeron
»quisieron recrearse con sus sones,
»diciéndonos: cantadnos las canciones
»que en un tiempo solíais entonar,
»respondimos: los cantos de la patria
»¿cómo cantar en extranjera orilla?
»y donde el sol de libertad no brilla,
»¿cómo cantar la dulce libertad?
»¿Cómo entonar cantares de ventura
»en medio del dolor que nos abisma?
»Olvídese mi diestra de sí misma,
»si me olvido de ti, Jerusalén:
»péguese al paladar mi lengua muda,
»si no hablo siempre de la patria amada,
»y si a su santa maternal morada
»no anhelo siempre en mi dolor volver.
»Desde que vine de Sïón cautiva,
»su memoria es mi solo pensamiento,
»y a cada hora, en todas partes siento
»de los recuerdos el crüel pesar:
»cuando cierra mis parpados el sueño,
»volver creo a los campos de mi infancia,
»y estar venciendo la postrer distancia
»que me separa de mi dulce hogar;
»y llegar creo y reposar al cabo
»cubierta por las ramas de una palma,
»a cuya sombra en otro tiempo el alma
»soñaba en un sereno porvenir:
»¡Cuan venturosa soy! pero mi sueño
»pasa, y con él se aleja mi ventura;
»de nuevo me hallo en servidumbre dura
»y soy, al despertar, más infeliz.
»Señor, Señor, que en extranjera tierra
»no abra el destino mi sepulcro helado;
»que repose mi cuerpo ya cansado
»en el bello país donde nací:
»allá donde los huesos de mis padres
»reposan ya, donde mi madre un día
»con canciones de amor me adormecía,
»allá, gran Dios, allá quiero morir.»

III
Y aquí cesó la voz de las cautivas
y el eco triste repitió su canto,
y sus mejillas el amargo llanto
de los recuerdos a regar volvió;
mas un presentimiento misterioso
se hizo oír en sus almas desoladas,
y se vio relucir en sus miradas
de la esperanza el dulce resplandor.

(1854.)

Collection: 
1855

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