¡Oh montes de Gelboe, nunca caiga
sobre vosotros celestial rocío,
mas vuestros campos un eterno estío
esterilice con sediento ardor!
que en ellos ¡ay dolor! el rey guerrero
al par cayo del último soldado,
como si no le hubiera consagrado
el óleo del Señor.
¡Cuántas hijas y esposas de Filiste
huérfanas y en viudez dejo su espada,
que nunca se envainó sino empapada
en sangre de los hijos de Belial!
¿Cuándo exterminador tan formidable
tendrá la gente de Jehová maldita?
¿Y a tener volverá el Israelita
otro caudillo tal?
Y tú, mi amigo fiel, tierno hermano,
que en la mañana de tu vida mueres,
más dulce que el amor de las mujeres
érame tu amistad, oh Jonatás;
yo, cual ama una madre a su hijo único
que alivia, amante, su viudez llorosa,
o ama un esposo a su novel esposa,
así te amé, ¡y aun más!
Eras amable en la paterna corte
cual noble virgen que agradar desea;
mas fuiste como tigre en la pelea,
y te daba la Muerte su furor:
jamás partió tu flecha silvadora
del arco resonante, que certera
en pecho hostil a terminar no fuera
el vuelo matador.
¡Saúl y Jonatás! ¡como lëones
fuertes, raudos cual águilas! -Tan triste
muerte callad a la crüel Filiste
y a las plazas de Geth y de Ascalon:
Por que las hijas y consortes fieras
de la culpada gente incircuncisa
no cambien luego en orgullosa risa
su llanto y aflicción.
¡Saúl y Jonatás! en esta vida
los enlazaba tan estrecho nudo,
de mutuo amor, que ni la Muerte pudo
unión partir tan amorosa y fiel:
tus vestes rasga, con ayuno y llanto
tan acerba desgracia solemniza,
y cubra tu cabeza vil ceniza,
¡Oh mísero Israel!
(1857)