A ***
¡Oh melancólica virgen!
Cuando el sol se hunde en las olas,
ve con paso lento a solas
a la playa a meditar:
que siempre al incierto rayo
del agonizante día,
está la Melancolía
sentada orillas del mar.
Hela allí -el ebúrneo codo
apoyado en la rodilla,
y en la palma la mejilla,
en pensativa actitud;
suelto el dorado cabello,
grave el rostro, la mirada
en el vasto mar clavada,
y toda en muda quietud.
Allí soledad, oh virgen,
allí el sosiego y la calma
que son tan gratos al alma,
allí silencio hallarás:
silencio que sólo turba
de la onda el lento murmullo,
y al alma aduerme su arrullo
y monótono compás.
Cruza las ondas tranquilas,
que parecen otro cielo,
el rápido barquichuelo
del nocturno pescador;
y al son del pausado remo,
por aliviar su faena,
alza en la tarde serena
un canto consolador.
Más allí donde se juntan
el cielo y el océano,
ya busca la vista en vano
del sol el rayo postrer;
un crepúsculo dudoso
de luz y sombra formado,
como un velo delicado,
se difunde por doquier.
Goza esta hora indefinible,
en que con vago lamento
la tierra y el mar y el viento
parecen de amor gemir;
y en que en abrazo amoroso,
que tan presto ¡ay! se deshace,
se dan la Noche que nace
y el Día que va a morir.
Y muere al fin, y se apaga
su indecisa luz postrera,
y sola en el orbe impera
la callada Noche ya;
y como reina africana,
en la vasta negra frente
su corona refulgente
de estrellas llevando va.
(1857)