A la tarde

¡Yo te saludo, dulce encantadora
indefinible hora,
donde se unen y mezclan noche y día!
¡Hora de suave calma
y de vaga inefable poesía!
¡Oh romántica virgen sonadora!
a tu triste beldad ceda la palma
la rozagante Aurora:
que su faz leda y su mirada viva
menos al tierno corazón agrada
que tu faz pensativa
y dulce melancólica mirada.
¡Qué bella eres, qué bella,
ostentando en la frente
como un diamante, la amorosa estrella,
mientras el sol que brilla
con moribunda luz en occidente
arrebola tu pálida mejilla!
¡Qué bella, cuando a veces sol y luna
en ti el sereno firmamento aduna,
cual de un palacio la mansión gloriosa
junta a un monarca y a su excelsa esposa!
¡Cuánto me plugo siempre en tu reposo,
de la ciudad huyendo
la confusión y estruendo,
irme poetizando silencioso
a los campos mas tristes y desiertos,
do sólo llega el son de la lejana
plañidera campana
que habla de es ausentes y los muertos!
Y lejos de los hombres y del vano
conversar ciudadano,
las más altas verdades,
moradoras de augustas soledades,
allí, vate filósofo, medito,
y el destino del hombre y lo infinito,
y en silencio converso
con el alma que llena el universo!

(1856)

Collection: 
1855

More from Poet

  • Cuando doblen las campanas,
    no preguntes quien, murió:
    quien, de tus brazos distante,
    ¿quién puede ser sino yo?

    Harto tiempo, bellísima ingrata,
    sin deberte ni en sombra favores,
    padecí tus crüeles rigores
    y lloré como débil mujer;
    ya me rinde el...

  • I

    Iba la más oscura taciturna
    y triste Hora nocturna
    moviendo el tardo soñoliento vuelo
    por el dormido cielo,
    cuando, dejando mi alma
    en brazos del hermano de la Muerte
    a su cansado compañero inerte,
    libre de su cadena,
    voló a su patria...

  • ¡Oh ciudad silenciosa de los muertos!
    En ti se apaga el huracán humano,
    cual muere al pie de las tranquilos puertos
    el estruendo y furor del océano.
    Tú el sólo asilo de los hombres eres
    donde olviden del hado los rigores,
    sus ansias, sus dolores, sus placeres...

  • Áridos cerros que ni el musgo viste,
    cumbres que parecéis a la mirada
    altas olas de mar petrificada,
    ¡cuánto me halaga vuestro aspecto triste!

    ¡Cuánto descansa el ánimo angustiado
    en contemplaros, al fulgor sombrío
    de un cielo oscuro, nebuloso y frío,
    ...

  • No os asombréis tanto, no,
    si en la templanza que muestro
    tan otro de mí soy yo;
    un sueño ha sido el maestro
    que tal cambio me enseñó.
    Temo, fiel a su lección,
    que, cuando más la altivez
    levante mi corazón,
    me he de encontrar otra vez
    en mi...