Erase en una aldea
un médico ramplón, y a más casado
con una mujer joven y no fea,
la que había estudiado
entre los aforismos de su esposo
uno u otro remedio prodigioso
que, si él ausente estaba,
a los enfermos pobres recetaba.
Su caridad ejercitando un día
la señora Quiteria, este es su nombre,
vio que a su puerta había
un zagalón, ya hombre,
que a su esposo buscaba
porque alguna dolencia le aquejaba.
Parecía pastor en el vestido,
y a Febo en la belleza y la blancura,
mostrando en su estatura
la proporción de un Hércules fornido,
tanto, que la esculapia, alborotada,
cayó en la tentación. ¡ No somos nada!
Hizo entrar al pobrete,
ya con mal pensamiento, en su retrete,
en donde le rogó que la explicase
la grave enfermedad que padecía,
porque sin su marido ella podía
un remedio aplicar que le curase.
-¡ Ay, señora Quiteria!, el zagal dijo,
yo por lo que me aflijo
es por no hallar medio suficiente
para el mal que padezco impertinente.
Sepa usté, pues, que así que me empezaron
las barbas a salir y me afeitaron,
también me salió vello
alrededor de aquéllo,
y cátate que, a poco, tan hinchado
se me puso que... ¡ vaya!
no podía jamás tenerlo a raya.
Yo, hallándome apurado
y de ver su tiesura temeroso,
pensé y vine a enseñárselo a su esposo,
el cual me lo bañó con agua fría,
con que se me aflojó por aquel día;
pero después a cada instante ha vuelto
el humor a estar suelto
y es la hinchazón tremenda.
Dijo, y sacó un... ¡ San Cosme nos defienda!,
tan feroz, que la médica al mirarlo
tuvo su cierto miedo de aflojarlo;
pero venció el deseo
de gozar el rarísimo recreo
que un virgo masculino la promete
cuando la vez primera empuja y mete.
A este fin, cariñosa,
dijo al simple zagal: -i Ay, pobrecito,
una postema tienes! Ven, hijito,
ven conmigo a la cama; haré una cosa
con que, a fe de Quiteria,
se te reviente y salga la materia.
El pastor inocente
a la cura se apresta
y ella, regocijada de la fiesta,
le dio un baño caliente,
metiendo aquello hinchado
en el..., ya usted me entiende, acostumbrado,
con una habilidad tan extremada
y tales contorsiones,
que dejó la postema reventada
con dos o tres o más supuraciones.
Fuese el zagal, y, a poco, volvió un día
a la casa del médico, que estaba
sentado en su portal cuando llegaba;
y, viéndole venir, con ironía
díjole: -¡ Hola! Parece, por tu gesto,
que se te ha vuelto a hinchar... Pues entra presto,
te daré el baño de aguas minerales
que suaviza las partes naturales.
A que el pastor responde: -¡Guarda, Pablo!
Para postemas, que reciba el diablo
ese baño que aplasta y que no estruja.
Toma! Cuando arrempuja
la señora Quiteria,
me la revienta y saca la materia.