¡QUE triste es ver la nieve
Cubriendo montes, llanos,
Florestas y jardines.
Cornisas y tejados
Con una blanca sábana
Cual fúnebre sudario!
¡Qué triste es ver los árboles
Inmóviles, escuálidos,
Dobladas las aristas
Con témpanos helados.
Sin hojas que murmuren,
Sin balanceos lánguidos,
Sin aves en sus ramas,
Sin ramas en sus brazos,
Como esqueletos, mudos,
Como fantasmas pardos,
Como recuerdos tristes
De días que pasaron,
Como despojos yertos
Del mundo ya olvidados!
Parece que la vida
Huyó con los amagos
Del soplo del invierno
Que barre estos collados;
Que todo sobre el suelo
Por siempre se ha acabado.
Que ya no habrá más flores.
Que no ha de haber más pájaros
Ni leves mariposas
Ni insectos en los campos.
¡Qué triste está la tierra,
Qué triste está aquí abajo;
Tan triste como el cielo
Brumoso y aplomado
Como si ya por siempre
Se hubiesen acabado
Los cielos de zafiro.
Las nubes de topacio,
Las límpidas auroras,
Las tintas del ocaso,
Los cirrus y los limbus
De grana matizados.
Un velo ceniciento,
Impenetrable, helado.
Con el color de vértigo
Cubrió todo el espacio.
Yo solo, en el silencio
Que me rodea en tanto,
Contemplo absorto y ledo
El pavoroso cuadro.
Parece que ha vivido
Cien mil millones de años
Nuestro infelíz planeta,
Y exánime y cansado,
Caduco y moribundo,
Mas sin cesar rodando.
No tiene ya en su atmósfera
Sino en turbión helado,
Un gran laboratorio
De nieve vuelta en granos,
Que cae eternamente
Sin tregua ni descanso
Para borrar las huellas
Del suelo que habitamos.
¡Qué triste es ver la nieve!
¡Qué triste es ver los campos!
¡Qué triste es esa bóveda
De velos funerarios!
¡Qué triste es estar solo;
Parece que ha acabado
Cuanto en el mundo existe,
Y vamos caminando,
En espiral inmensa,
El mundo agonizando,
Y yo el postrer viviente,
Muy triste, contemplándolo!