¿Cundo será que los cielos
a ti piadosos me junten,
mitad ausente del alma,
beldad misteriosa y dulce?
Tú que tan bella y perfecta
concibe mi ardiente numen,
sin que una sombra ligera
tantas bellezas nuble.
¿Quién me dirá donde moras,
qué extraña región te encubre,
qué isla de aquellas que cantan
los poéticos laudes?
Quizá en la opulenta Europa,
incógnito transeúnte,
en rumorosos paseos,
entre inmensa muchedumbre,
con miradas distraídas
a tu lado pasar pude;
¡y nada me dijo el alma
y tu presencia no supe!
¡Quizá en pública morada,
junto a ti hospedaje tuve,
de sólo delgado muro
de tu beldad me desune!
¡O tal vez cuando surcaba
del mar los campos azules,
te llevaba a opuesta orilla
veloz divisado buque!
A veces la ilusa mente
a otra contigo confunde;
mas, presto desengañada,
ve que no hay quien te simule:
ve que a ninguna te iguala
sin que tu beldad injurie,
y que ninguna fue digna
de que mi amor la tribute.
Tras los floridos Abriles
van los nublosos Octubres,
y no te hallo, dueño mío,
y tu ausencia me consume.
Acaso también me buscan
tus ardientes inquietudes,
y es, como el mío, el anhelo
con que me llamas inútil.
¡Ah! quién sabe si tú moras
por encima de las nubes
en esas islas brillantes
que la noche nos descubre,
más cerca de los palacios
donde Dios sin sombras luce
a las miradas absortas
de los ardientes querubes.
O quizá siendo este suelo
el que mereció tu lumbre,
ha ya infinitas edades
que frío mármol te cubre;
y admiró tu claro ingenio
y tus divinas virtudes
y tu celestial belleza
otro siglo más ilustre.
O quizá quieren los cielos
que tu nacimiento alumbre
futuro remoto día
que la mente no descubre.
Tal vez será que el cuidado
el pecho entonces no turbe
y que de dolor y vicios
la humanidad esté inmune.
¡Ah! ¡por qué no quiso el cielo
que fueran las horas dulces
de tan venturosos días
a entrambas vidas comunes!
(1866)