I Fortuna, no me amenaces, ni menos me muestres gesto mucho duro, que tus guerras y tus paces conozco bien, y por esto no me curo; antes tomo más denuedo, pues tanto almacén de males has gastado, aunque tú me pones miedo diciendo que los mortales has guardado. II Y ¿qué más puede pasar dolor mortal ni pasión de ningún arte, que herir y atravesar por medio mi corazón de cada parte? Pues una cosa diría, y entiendo que la jurase sin mentir: que ningún golpe vendría que por otro no acertase a me herir. III ¿Piensas tú que no soy muerto por no ser todas de muerte mis heridas? Pues sabe que puede, cierto, acabar lo menos fuerte muchas vidas; mas está en mi fe mi vida, y mi fe está en el vivir de quien me pena; así que de mi herida yo nunca puedo morir sino de ajena. IV Y pues esto visto tienes, que jamás podrás conmigo por herirme, torna ahora a darme bienes, por que tengas por amigo hombre tan firme; mas no es tal tu calidad para que hagas mi ruego, ni podrás, que hay muy gran contrariedad porque tú te mudas luego; yo, jamás. V Y pues ser buenos amigos por tu mala condición no podemos, tornemos como enemigos a esta nuestra cuestión, y porfiemos; en la cual, si no me vences, yo quedo por vencedor conocido; pues dígote que comiences y no debo haber temor, pues te convido. VI Que ya las armas probé para mejor defenderme y más guardarme, y la fe sola hallé que de ti puede valerme y defensarme; mas esta sola sabrás que no sólo me es defensa, mas victoria: así que tú llevarás de este debate la ofensa; yo, la gloria VII De los daños que me has hecho tanto tiempo guerreando3 contra mí, me queda sólo un provecho, porque soy más esforzado contra ti; y conozco bien tus mañas, y en pensando tú la cosa, ya la entiendo, y veo cómo me engañas; mas mi fe es tan porfiosa. que lo atiendo. VIII Y entiendo bien tus maneras y tus halagos traidores, nunca buenos, que nunca son verdaderas y en este caso de amores, mucho menos; ni tampoco muy agudas ni de gran poder ni fuerza, pues sabemos que te vuelves y te mudas; mas Amor nos manda y fuerza que esperemos. IX Que tus engaños no engañan, sino al que amor desigual tiene y prende; que al mudable nunca dañan, porque toma el bien, y el mal no lo atiende. Estos me vengan de ti: pero no es para alegrarme tal venganza, que pues tú heriste a mí, yo tenía que vengarme por mi lanza. X Mas venganza que no puede -sin la firmeza quebrar- ser tomada, más contento soy que quede mi herida sin vengar que no vengada; mas, con todo, he gran placer porque tornan tus bonanzas y no esperan, ni duran en su querer a que vuelvan tus mudanzas y que mueran. XI CABO Desde aquí te desafío a fuego, sangre y a hierro, en esta guerra; pues en tus bienes no fío, no quiero esperar más yerro de quien yerra: que quien tantas veces miente, aunque ya diga verdad, no es de creer; pues airado ni placiente, tu gesto mi voluntad no quiere ver.
A la fortuna
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