A la flor del chirimoyo

¡Oh flor del trópico ardiente,
flor cuyo aroma divino
embriaga cual dulce vino
que hace delirar la mente:
¿qué importa, di, que no muestres
los deslumbrantes colores
de tantas altivas flores,
brillantes joyas campestres?
Si ricos matices Flora
rehúsa a tu verde estrella,
de las fragancias en ella
la más divina atesora.
Y a blancas flores y rojas
puedes disputar la palma
por el aroma que es alma
de tus balsámicas hojas.
Más perfumas un retrete
o vastísimo aposento
que de cien flores y ciento
espléndido ramillete;
y en los ardores del día
haces que lejos trascienda
como magnífica tienda
de varia perfumería.
Entre flores decir puedes
que el alto lugar disfrutas
que merece entre las frutas
la que anuncias y precedes;
manjar que sólo debía
servirse en regio convite
y cuyo gusto compite
con la celeste ambrosía.
Tal vez, en su ardiente seno
la beldad te anida, como
rico cristalino pomo
de esencia fragante lleno.
Mis sentidos, flor del cielo,
no hartas ni ofendes jamás,
y cuanto te aspiro más,
aún más aspirarte anhelo.
Y juzgo, cuando te siento,
que en ti la Diosa de amor
guardó la más pura flor
de su celestial aliento.

(1866)

Collection: 
1855

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