BLANCA la tez, y dulce la mirada
Cual de casta paloma;
Grave y noble el andar en la escarpada
Ruta que amante toma;
Pobre su vestidura,
Descalzo el pié sobre la peña dura.
Cerrado el labio; y la serena frente
Limpia como ese cielo
Que en invierno inclemente
No mancha torvo y nebuloso velo.
Horrible noche, de pavor cercada,
La mira pasar sola
En sus húmedas ropas recatada,
Ir en pos de criatura atribulada
Por quien feliz se inmola.
Siempre la encuentra errando el peregrino,
Y su alma acongojada
Contempla en el fulgor de una mirada
algo santo y divino.
En la terrible adversidad, afable,
De frío casi yerta.
Va llevando el consuelo al miserable,
Llamando á cada puerta.
Es hija del amor del Increado,
El mismo Dios la envía
Al páramo anegado
En lágrimas de luto y agonía.
Ella por ley de su misión y nombre
Ayudará en el mundo,
Con santa abnegación y amor profundo
Y fé, hasta el postrer hombre.
Mas cuando suene la fatal trompeta
Y al apagar el sol su último rayo,
Por la primera vez vagando inquieta
Desplegará sus alas,
Y en lánguido desmayo
Allá en las ondas de espirante brisa,
Alta la frente y dulce la sonrisa
Irá á posarse en las etéreas salas.